Cuando los precios de los bienes parecen subir desproporcionadamente como ahora, surge la tentación de actuar en los mercados mediante la fijación de precios máximos. Así, el Estado interviene la oferta rebajando los precios para facilitar el acceso a estos bienes. La excusa para una actuación tal sería que, por mor de la disputada demanda, si dejamos libre el precio de la carne o de cualquier otro bien, subirá tanto que solo las personas más ricas podrán consumir carne. Por el contrario, si establecemos, de forma artificial, un precio bajo, haremos asequible a todo el mundo el consumo de carne.
Este argumento es inequívocamente erróneo. No ha sido la intervención del Estado lo que ha logrado que bienes como la carne, el pescado, los coches o los móviles, que en su momento fueron todo un lujo, hayan pasado a ser bienes al alcance de la mayoría de la población. Este proceso ha sido posible gracias a la producción en masa de este tipo de bienes, sin que haya mediado ningún regulador que determinase cuánta carne se debía producir o cuántos móviles se podían vender y a qué precio. Esto suena a otra cosa.
Si alguna verdad incontestable existe en la ciencia económica es que, cuando se impide que el precio de un producto supere un determinado nivel (por debajo del precio libre, se entiende), no tardarán en producirse dos efectos. Uno, disminuirá la cantidad ofrecida en el mercado, ya que los beneficios de quienes producen dicho producto disminuirán y, con ello, los incentivos a producir; si caen los beneficios de producir y distribuir carne, no es difícil adivinar cómo reaccionará el sector cárnico. Otro, aumentará la cantidad demandada: si la carne es (artificialmente) más barata, la cantidad de carne que la gente estará dispuesta a comprar será mayor. El resultado final será una mayor escasez relativa de carne (o del producto cuyo precio máximo se haya impuesto por ley).
En un mercado libre, esta mayor escasez es resuelta a través de un mayor precio. Pero, claro, si el precio al que se pueden ofertar los bienes está intervenido y no pueden sobrepasar un determinado nivel, aparecerá un mecanismo alternativo de asignación de estos bienes: el mercado negro. Y lejos de hacerlos más accesibles para toda la población, el resultado será el desabastecimiento y, por lo tanto, un encarecimiento de la oferta existente.
En fin, esta no es sino una de las primeras lecciones de primer curso en cualquier facultad de Economía. La lección que se refiere a que los mercados canalizan las distintas alternativas entre las que utilizar los recursos escasos. Porque los precios proporcionan incentivos que afectan al comportamiento en el uso de los recursos y de los productos que se obtienen con ellos, es decir, permiten que unas personas (consumidores) muestren cuánto quieren y cuánto están dispuestas a pagar por lo que quieren; y otras personas (empresas) qué y cuánto están dispuestas a producir a cambio de esa compensación. Limitar los precios, como se rumorea, simplemente destruye este mecanismo.