Decir sin hablar

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

STR

11 sep 2022 . Actualizado a las 13:48 h.

Ascendió al trono siendo aquella veinteañera bajita rodeada de señores circunspectos a la que hasta la revista Lancet, una de las biblias mundiales de la medicina, recomendó que hiciera un parón de unos años para poder dedicarle un tiempo a su esposo y a los niños mientras estos crecían. Al menos, Winston Churchill recordó a los británicos en su discurso a la reina Victoria, que si hubiera hecho paréntesis para atender a sus nueve pequeños, habría empezado a reinar con una generación de retraso. Ahora parecen cómicas aquellas lecciones tempranas para que Isabel II estuviera en su sitio. Al llegar, parecía la hija de todo un país. Su adiós es el de una matriarca. Una señora, ahora que parece que esta palabra roce el insulto, que hiló el fino equilibrio de un sistema como la monarquía parlamentaria. Hizo suyo el difícil arte de ver pasar las tempestades. Cruzar los charcos intentando salpicar lo menos posible y aparentar un paseo sobre las aguas de Galilea. Decir sin hablar. Luciendo un broche regalado por Obama en la recepción de Donald Trump. Plantándose en la apertura del curso político, después de la votación del brexit, con un sombrero azul con flores amarillas que recordaba sin ninguna duda la bandera de la UE, algo que la estilista de Isabel II señaló como una simple «casualidad». Una casualidad en ese mundo de protocolo sin azares. Como los ramos con los colores de Ucrania en los salones que acogieron a alguna de sus visitas recientes. La reina se despide con un índice de aprobación mayor que el de la propia institución de la corona, que su hijo y que todos los primeros ministros que han pasado por Downing Street. Un reto para Carlos III, al que se le han criticado ciertas opiniones en público. Veamos cómo pasan las tempestades.