¿Pueden pensar las máquinas?» Con esa pregunta arranca el artículo publicado en 1950 en la revista Mind por el matemático británico Alan Turing (1912-1954), que marca el nacimiento de la disciplina científica conocida como inteligencia artificial (IA). Honrando su figura, desde 1966 se otorga anualmente el premio Turing, el equivalente al Nobel en el área de las ciencias de la computación.
El franco-canadiense Yoshua Bengio lo ganó en el 2018 (también el premio Princesa de Asturias en el 2022), por ser padre del llamado aprendizaje profundo, una de las claves de la IA.
Bengio es uno de los investigadores que más alertan de la necesidad de supervisar el desarrollo de la inteligencia artificial: vigilarlo no es una ocurrencia salida de películas de ciencia ficción.
Hace unos años, un artículo en la revista Nature describía cómo un programa de inteligencia artificial resolvía un problema muy simple: hacer que un muñeco articulado llegase de un punto a otro, con un muro por el medio. El programa probó a hacer reptar el muñeco, a hacerlo rodar… En un momento dado descubrió que lo podía poner a gatas, y poco después descubrió que podía ponerlo en pie. Aprendió primero a mantener el equilibrio, después a dar un paso y luego otro… Empezó a caminar. Tambaleante, se encontró con el muro. Intentó escalarlo, pero pronto se dio cuenta de que podía rodearlo. Este brillante logro es una metáfora de las capacidades de la inteligencia artificial. Lo curioso es que algunos investigadores no saben cómo avanza la máquina para resolver el problema, de hecho, su inteligencia podría funcionar de modo diferente a la nuestra. Como dice Bengio, no existe razón para descartar que podamos hacer sistemas de IA más listos que nosotros. El ser humano es la prueba viva de que la inteligencia es posible, pero nuestro cerebro no tiene por qué ser la única forma de implementarla. El abanico de posibilidades que se abren ante esta nueva ciencia es tan amplio que es muy fácil que se tuerza de formas no deseadas, así que hay que procurar que su crecimiento produzca resultados beneficiosos. Un ente como Aesia es necesario, y que el primero de la UE esté en Galicia, un privilegio.