La tiranía del mal gusto

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

Eduardo Parra | EUROPAPRESS

12 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En Perfume de mujer, Al Pacino pronuncia una frase lapidaria: «Cuando la porquería llega al cuello, hay algunos que corren y otros que se quedan». Sobre la suciedad, en general, escribió mucho Samuel Beckett. Fue el autor de otra sentencia prodigiosa: «Si la porquería llega hasta el cuello, lo único que nos queda es cantar». Nos rodea el fango. El mal gusto disfrazado de sofisticación o de banalidad. Hasta las leyes que promulgan nuestros gobernantes carecen de óptima redacción. Todo se va en propósitos. El infierno, decía san Francisco de Sales, está empedrado de buenas intenciones. Vienen todas estas citas a mi memoria y prefiero borrarlas. Escribir. Y que no se note que lo estoy haciendo desde la más humilde de las decepciones. No van bien las cosas. Pero al común de los mortales apenas le importa. Le hablan de que el Gobierno quiere controlar el Tribunal Constitucional y qué más da. Que eliminan la sedición o reducen la malversación, y a quién le importa. El público mira para su bolsillo y a pesar de los aguinaldos de Sánchez (subida de pensiones y nóminas de funcionarios, subida del salario mínimo, subida de todo lo que sea susceptible de subir, etcétera) encuentra su bolsillo medio roto. La gente vota con la cartera. El resto apenas cotiza en la bolsa de las encuestas. Las de verdad, digo. La otra, la del CIS que pagamos todos los españoles, es cosa de amor fraterno. Sánchez no ganará las elecciones a pesar de los amores fraternos que prodigan los suyos, los de ahora, que podrán cambiar en el momento que el jefe supremo (madrileño del barrio de Tetuán) así lo decida. España se ha convertido en cuna del mal gusto. Porque el mal gusto es así, pelotillero y enaltecedor, de cabeza baja y aquí se hace lo que diga el jefe. Pena que el jefe no vaya a ganar las próximas elecciones. Se quedarán sin adjetivos en loor del presidente. Y se quedarán también sin partido. Porque después de Sánchez del PSOE solo quedarán migajas. Las migajas, digo yo, son también un síntoma de mal gusto.

 Pero la élite del mal gusto son las señoras ministras que defienden, hasta partirse la garganta, eso que llaman «ley del solo sí es sí», que parece una figura retórica que le explicamos a los muchachos en clases de literatura. Veo a Irene Montero con su pantalón vaquero y la mano en el bolsillo (menos roto que el del resto de la ciudadanía). Escucho sus peroratas interminables. Su mirada incandescente. Y la garganta. Que no falte la partida garganta. Entonces comprendo que España no puede caer más abajo. En el gusto, digo. Hasta Suárez, que era un desaborido, tenía más empaque que el mejor orador de nuestro presente. Estamos viviendo la mayor decadencia de la contemporaneidad.

Leer buenos libros ya es un acto revolucionario. No sabemos ni qué hacer con nuestras vidas. Quedarnos, decía Al Pacino, o echar a correr.

Lo de cantar, como Beckett, resulta imposible.