Confucio desmentido

Carlos G. Reigosa
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OPINIÓN

Jesús Hellín | EUROPAPRESS

19 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El sabio chino Confucio aseguraba que «la humildad es el sólido fundamento de todas las virtudes». Pues bien, basta con echar una ojeada a la vida pública actual para darnos cuenta de que esta virtud escasea y, tal vez, ya ni figura entre las que honran a nuestra clase política. Lo que equivale a decir que si Confucio fuese un sabio de ahora tendría que rectificar, no la frase en sí, sino la posibilidad de aplicarla en referencia a nuestros mandos. Porque hasta Confucio reconocería que los tiempos han cambiado. 

En una época todavía reciente, Víctor Hugo sentenció que «entre un Gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente, hay una cierta complicidad vergonzosa». Si sumamos esta sentencia a la de Confucio podemos tener una idea de cuáles deben ser las claves de una buena gobernanza. Algo que se echa en falta en nuestra política, que parece ir dando tumbos según las conveniencias partidistas de cada cual.

Quizá porque, quienes pueden, cuidan más su provecho privado o partidario que el público. De modo que la realidad política de hoy parece empeñada en desmentir y apartar al sabio Confucio (551-479 a. C.), tal vez porque la virtud ya no está de moda, lamentablemente.

El objetivo de estas líneas no es hablar del sabio y virtuoso chino, sino del necio actual y vigente que no sabe lo que ignora y predica lo que más le conviene para obtener su beneficio y satisfacer su ambición. Es el camino cenagoso en el que chapotean muchos políticos que, de espaldas a los ciudadanos, se aferran a sus propios intereses.

El lector puede considerar raro este artículo, pero quizá lo percibirá como menos raro si mira alrededor y observa la naturalidad con la que muchos de nuestros representantes defienden las causas que los mantienen en el poder y les piden su voto para seguir en sus puestos o para llegar a ellos. Porque, al margen del mérito público de muchos de ellos, están los muchos más que hacen de la política su oficio, su gran carrera o, simplemente, su privilegiado modo de vida.

Como periodista, compartí muchas horas con ellos, y aprendí a escucharlos, entenderlos y respetarlos. Y he observado cómo, en el fondo, lo primero que hacen, con frecuencia, es autoengañarse y convencerse de que, ¡de veras!, solo persiguen el bien público. Algo que, en muchos casos, es cierto, sí. Pero no son mayoría los que dejan a un lado sus propias ambiciones personales. Quizá porque el poder genera la idea de que uno se merece todo lo que puede recibir. Y no quieren saber nada de antiguallas o reproches confucianos.

Obsérvense los debates normativos sobre el Tribunal Constitucional, tan indebidamente politizados. En ello estamos ahora y desde hace ya demasiado tiempo. Mientras, Gobierno y oposición siguen cruzándose reproches.