Por segunda vez, las elecciones generales se habían tenido que repetir; la primera Sánchez se aferró al no es no, y la cúpula del PSOE lo liquidó para permitir el Gobierno de Rajoy. Ahora Sánchez necesitaba la colaboración del PP para la investidura, Casado se negó, y el PP también.
«Más vale honra sin gobierno que gobierno sin honra», le espetó Casado a Sánchez en aquella sesión de investidura del 7 de enero, emulando al almirante Méndez Núñez, consciente de que el primer Ejecutivo de coalición de nuestra democracia tendría enormes dificultades para su funcionamiento interno y para una ciudadanía sin experiencia en coaliciones.
Casado habló de separación de poderes, de separatistas, de batasunos, animó a Sánchez a aplicar nuevamente el 155, y le amenazó de acusarle de prevaricación si no lo hacía; habló mucho de España, de la honra, y poco de los españoles, del gobierno; y cuando lo hacía, los españoles no eran el todo sino la parte, su parte.
Casado tenía razón en una cosa, que muchos españoles, casi el 30 % de los que votaron a Sánchez se enfadaron con él cuando formó Gobierno con Unidas Podemos, y eso hacía aún más frágil el Ejecutivo de Sánchez, más fácil su caída.
Con todos los muertos que tenía dentro del partido, un Gobierno que exhibía la división como bandera, en manos de un avispero parlamentario y con una buena parte de sus votantes enfadados, a Pedro Sánchez solo le faltaba una pandemia para completar aquel zafarrancho nacional, y llegó.
La pandemia marcó la legislatura y Sánchez se agarró a Europa, apostó por la estrategia común y se convirtió en promotor de la misma; nos encerró en casa y acertó, la mayoría de los españoles lo aplaudieron, y poco importó que los jueces le llevaran la contraria, porque a veces, el sentido común es más sensato que los juristas, muchas veces.
Agarrado a Europa impulsó los ERTE, porque nadie podía permitirse otro austericidio como el que impusiera Merkel y gestionara Rajoy en España, y sobre ellos construyó un modelo social, insostenible para la derecha, en el que empleo, salario mínimo, pensiones crecían en tiempos de crisis.
Consiguió la excepción ibérica frente a un Feijoo desorientado, que vio luego como el resto de países la hacían norma, y logró que la inflación en España fuera menor que en Europa. Aceptó sin problema el cara a cara con Feijoo, que le duró tres asaltos, pero no consiguió que muchos españoles dejaran de estar enfadados con él.
Tres años de aciertos y bandazos igualmente clamorosos, especialmente en las cesiones a los socios de gobierno y de legislatura. Quizás la inoportuna reforma de los delitos de sedición y malversación, con la obscena exhibición de ERC, no ensombrezcan el Gobierno Sánchez, pero sí la honra, que dijera Casado.
Y ahí es donde se agarrará Casado, perdón Feijoo, que en Madrid todos los gatos son pardos, para dar su batalla el último año, a la honra. Mientras, Sánchez tendrá que convencer a esos votantes enfadados de que a veces, para los españoles, los de a pie, los que se ganan la vida cada día, es más importante el gobierno que la honra, que se puede hacer alguna cesión a la honra si se gobierna con honradez.