
El movimiento woke no para. Hace unos días conocimos que varios museos británicos decidieron usar la expresión persona momificada en vez de momia: consideran que este es un término deshumanizante y una pervivencia del pasado colonial del país. El mismo día, también en Gran Bretaña (concretamente en Escocia), en una manifestación en defensa de los derechos de las personas transgénero se vieron carteles que pedían la decapitación de las mujeres TERF (el acrónimo inglés que se refiere a las feministas radicales trans excluyentes, que es como llaman a las mujeres que niegan la igualdad con las mujeres trans). Y la semana pasada, en la Universidad Complutense se pudo escuchar, entre otras muchas lindezas, «Ayuso, fascista, estás en nuestra lista».
¿Es esto progreso? Claramente, no. Esa izquierda que se autoproclama como democrática y pacífica, que reparte lecciones de moral por el mundo adelante, a la que se le llena la boca hablando de tolerancia, respeto a la diversidad, inclusión y libertad, pero luego no es más que la encarnación de la inquisición; esa izquierda es, probablemente, uno de los problemas más serios que tiene en estos momentos Occidente.
Afortunadamente, el mundo es mucho más que esa izquierda radical que quiere llevarnos de nuevo a las trincheras. Pero no cabe quedarse cruzados de brazos. Frente al odio, la rabia y la estupidez, debemos ejercer nuestra libertad: todos tenemos la obligación de defender con vigor la convivencia.