La culpa la tiene la placa de Anatolia

Juan Ramón Vidal Romaní ACADÉMICO NUMERARIO DE LA REAL ACADEMIA GALLEGA DE CIENCIAS

OPINIÓN

María Pedreda

08 feb 2023 . Actualizado a las 08:36 h.

La placa de Anatolia, o la placa turca, es una de las unidades más pequeñas de las que forman el mosaico litosférico que cubre la superficie de la Tierra. Es tan minúscula que en algunas clasificaciones de tectónica ni siquiera existe y se incorpora, sin más, a la placa Euroasiática. Para otras se considera una cadena montañosa, una tira de corteza alargada, plegada y continuamente perturbada por el movimiento de sus dos enormes vecinas, las placas Africana y Euroasiática. La mayor parte de su superficie coincide con la del país, Turquía, que geográficamente es la península de Anatolia. Hacia el este limita por una falla de plano vertical que mueve Turquía hacia el sur y la península Arábiga hacia el norte. Por el norte, la placa turca limita con Eurasia, y por el sur con la placa Africana. Lo que gobierna el movimiento de la placa turca son sus dos hermanas mayores Eurasiática y Africana, que con sus movimientos convergentes hacen girar a la placa turca en sentido levógiro. En cierto modo y salvando las dimensiones, la placa ibérica tiene una situación similar, también entre Eurasia y África, y sometida a coacciones similares, aunque, afortunadamente para sus habitantes, Iberia por el oeste está menos coaccionada que Turquía, pues el borde atlántico no es compresivo sino extensivo, y por tanto sísmicamente menos peligroso. El carácter explosivo de Turquía desde el punto de vista tectónico se debe a estar limitado por ese contorno con bordes en movimiento, que no le dejan otra opción que ser triturada por una o por las dos grandes potencias, Eurasia y África. Lo demás —sismicidad, magnitud e intensidad— viene de suyo con el guion y ha sido así desde siempre, exactamente 200 millones de años, cuando Pangea se disgrega y da lugar al rompecabezas actual. Y no existe la menor opción a que esta situación no se repita muchas veces. Es lo que dice la historia geológica de la región. Con una situación así no cabe más que una solución: mayor calidad en la construcción y una mejor organización en un país que desde finales del siglo pasado busca ser integrado en la UE. Las impresionantes imágenes del rescate de supervivientes con edificios destruidos rodeados por otros intactos parecen indicar que los requisitos constructivos no fueron respetados por igual. Tampoco se entiende que en un entorno así, tan frágil, por las posibilidades, impredecibles pero factibles, de repetición de un nuevo sismo se permita la acumulación de tanta gente sin equipamiento ni protección de ningún tipo tratando de ayudar moviendo los escombros a mano. La emotividad del momento o la posibilidad de que se trate de personas buscando a sus familiares perdidos no justifica poner en riesgo a tanta gente. Quizá la lección que se debería aprender es que no se pueden reconstruir las ciudades con las mismas características estructurales y de hacinamiento. Contar muertos o desaparecidos no soluciona nada si no se está ya pensando en lo que no se debe volver a repetir