Hay un libro que me acompaña desde la adolescencia, Juan Salvador Gaviota. Este párrafo resume a la perfección su contenido: «La mayoría de las gaviotas no se molestan en aprender sino las normas de vuelo más elementales: cómo ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar».
Creo que haríamos bien en preguntarnos qué hacemos en esta vida, qué esperamos, por qué o por quién trabajamos, nos movemos, proponemos y actuamos. Y hacerlo con hondura, entrando en el interior de nosotros mismos sin miedo a las respuestas. Como diría Pablo d'Ors, esta clase de preguntas nos devuelven a casa, nos enseñan a convivir con nuestro ser más auténtico, a darnos cuenta de lo que importa de verdad. Y es que el ser humano no está hecho para la cantidad, sino para la calidad… Si vivimos para coleccionar experiencias, estas no hacen más que zarandearnos, nos emborrachan y nos confunden. Con el Miércoles de Ceniza los cristianos de todo el mundo iniciamos la Cuaresma, un tiempo para la introspección, una invitación para profundizar en el ser, una llamada a la compasión, la fraternidad y el compartir. Ni mejores ni peores que nadie, que tire la primera piedra quien esté libre de culpa, nos presentamos ante los demás con lo que somos y lo que deseamos ser.