La coherencia de Sánchez Dragó

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

EUROPA PRESS | EUROPAPRESS

11 abr 2023 . Actualizado a las 08:22 h.

Uno de mis hermanos le llamaba Sánchez se droga. El propio Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) siempre hacía gala de su dominio de los paraísos estupefacientes de las más diversas culturas. Cuando alguien se muere, arrecian los elogios. Dragó no sementó como para que así fuera. No falleció un polemista ni un excéntrico. Se ha muerto el rey del yoísmo, el jefe del ego, el tipo que más confianza tenía en sí mismo de todo el territorio ibérico. Sus cercanos le llamaban Nano. Tres mujeres, numerosas relaciones, cuatro hijos, era experto en pisar todos los charcos con minas. Afición que fue a más a medida que se dio cuenta de lo inflamables que eran las redes sociales. Con ellas, desde su boca, podemos trazar un retrato aproximado de un personaje poliédrico, por decir algo.

De estar en la cárcel por luchar contra el franquismo a escribir un libro sobre Santiago Abascal, La España vertebrada. «Quién no ha sido incendiario a los veinte años y bombero a los cuarenta».

Su última pareja tenía 56 años menos que él. Llevaban unos años juntos. La conoció cuando ella le hizo una entrevista y se quedó fascinada con él, de él y por él. Él nos deja con 86 años. Ella tiene 29. Alardeaba de sus proezas sexuales y decía que había descubierto el sexo con su madre. «El otro día, mi pareja tuvo quince orgasmos en cinco horas de relaciones». La jactancia en este asunto le llevó también a terciar en una de las últimas polémicas, la de Ana García Obregón y su nieta. Su aportación fue: «Mi hijo pequeño tiene diez años y yo 86. Fue concebido a pelo, sin más, como toda la vida, como se ha hecho siempre...». En fin.

Dicen que la cultura te convierte en una esponja. Que la cultura bien entendida te sirve para comprender, para aproximarte. Dragó fue divulgador televisivo y alardeaba de haber leído 30.000 libros. Las cuentas le salían a uno por día, pero, si los leyó, no se enteró de nada. O solo de lo que quería. Más ejemplos de su bravuconería, que alcanzaba el disparate: «Creo que debería prohibirse informar de los malos tratos».

Los suyos, que los tenía, era de bandos, dijeron ayer que murió «como toro bravo, de pie». Qué bien resumen a veces las palabras. Su manera de hacerse entender era puro disparate y devenía en título de película casposa de una España que ojalá no vuelva, cuando no en amenaza: «Mi grito de guerra es salud, anarquía y cada noche una tía». También creía que estamos en el fin del mundo. Este puede ser un posible epitafio: «Los españoles son especialmente adictos a perder el sentido común».