El final de la última crisis
OPINIÓN
Esto es un poco como aquello de «el pez que se muerde la cola». El parón económico tras los sucesos del 2008, la crisis de deuda posterior y la incertidumbre llevaron a las inyecciones de anfetas financieras por parte de los bancos centrales. Eso, más las anfetas fiscales inyectadas por los Estados por el virus y los problemas logísticos que el virus trajo y las tensiones varias provocadas por la situación en Ucrania, desembocó en un proceso inflacionario agudo. Es decir, los bancos centrales tienen mucha culpa de la actual inflación: regaron a todo el mundo con dinero sin seleccionar a quienes daban; y los Estados también tienen mucha culpa por conceder ayudas bajo el modelo café-para-todos. Pero hay otro elemento que también contribuye a la inflación.
El sistema capitalista pivota sobre una serie de principios que hasta ahora nadie había cuestionado. Uno es que la asignación de recursos se realiza a través de la interacción de oferta y demanda, de modo que su encuentro fija un precio que no tiene que ser plenamente satisfactorio ni para una ni para la otra, pero es el precio de equilibrio y es aceptado. Eso está dejando de ser así.
Ese otro elemento que está influyendo en la inflación es la reducción planificada de la oferta de diversos bienes y en diversos servicios. Si hasta ahora el objetivo de la oferta había sido fabricar lo más posible a fin de diluir costes fijos y vender al precio que pudiera según las demandas locales —y este esquema era aplicable a prácticamente todos los sectores—, desde el virus, aunque no provocado por el virus, el esquema ha empezado a mutar. Y sí, puede pensarse en una fábrica de lavadoras, en un restaurante, en una peluquería, en una compañía aérea, en una marca de automóviles, en una gran superficie comercial, en un bar, en una envasadora de aceitunas, en una comercializadora de fruta o en una siderurgia. En vez de intentar fabricar y vender lo máximo posible, la idea puede ser fabricar menos y subir precios. Se venderá menos y/o se exportará más, pero los costes variables serán menores o mucho menores y se eliminarán costes fijos. Como los precios serán más elevados es posible que el volumen de facturación baje muy poco o no baje nada, pero seguro que el margen neto unitario subirá mucho.
Para prácticamente la totalidad de la población, lo anterior es muy negativo porque supone la caída del poder adquisitivo —menos renta para gastar y para ahorrar— y menos capacidad de consumo —tener que pagar lo mismo para obtener una menor cantidad o una peor calidad—. La situación que está generando el actual aumento de precios es tan grave que en la 18ª edición de los Global Risks para el año 2023, que tuvo lugar en Davos el pasado 11 de enero, puede leerse: «2023 será el año en que el mercado descubrirá por fin que la inflación persiste en un futuro previsible», lo que puede generar una serie de crisis encadenadas desembocando en lo que el informe denomina una «policrisis». De hecho, la principal preocupación a corto plazo de las 1.200 personas representativas entrevistadas para la elaboración del informe es la «crisis del coste de vida»: el coste que va a suponer meramente vivir para la mayoría de la población.
El capitalismo que hemos conocido se basaba en la (bastante libre) competencia; pero se está produciendo una creciente concentración de capital en un escenario en el que la tecnología operativa, que ya es la protagonista, va a estar imbricada con la inteligencia artificial (IA) siendo esta la que ya está desplazando a profesionales que toman decisiones operativas en el día a día. Y a todo esto hay que añadir el mar de deuda en el que están flotando todas las economías del planeta. Nouriel Roubini, en su última obra Megathreats (John Murray Press, 2022), apunta: «Hoy tenemos niveles de deuda sobre el PIB del 350 % a nivel mundial, 420 % en las economías avanzadas». Algo así no es físicamente sostenible durante más tiempo.
En la crisis sistémica que comenzó en el 2007 como consecuencia del agotamiento del modelo anterior, y en la que seguimos, se está conformando un nuevo modelo que, como suele suceder, será bastante distinto al que hemos vivido. Pero sobre todo empezaremos a ver otra cara al sistema capitalista: la interacción de oferta y demanda irá dando paso a una creciente concentración de capital y la IA irá desplazando a una creciente cantidad de factor trabajo, empezando por el más cualificado, algo que ya está sucediendo. Si el calendario vuelve a cumplirse, la actual crisis finalizará definitivamente en el 2025: 18 años después de su inicio, como la Depresión iniciada en 1929. ¿Será por eso que en la edición de Primavera del World Economic Outlook, publicada el pasado mes de abril, el FMI apunta, cuanto menos, a un estancamiento en la situación económica mundial a partir de dicho año?