
Lo malo de tener subcontratados los negocios es que no te puedes fiar. Eso le está pasando a Putin, que como hacen las grandes empresas, cuando se meten en obra civil de envergadura, necesita hacer lo que se viene en llamar una joint-venture, una unión temporal de empresas para emprender un proyecto común. Es como si Pedro Sánchez le declarase la guerra a Francia y contratase a El Corte Inglés —o, por ejemplo, a Acciona— para echar una mano. Eso es lo que está pasando con el grupo Wagner, que protesta porque no le mandan munición y le matan a los empleados. Yo creo que el CEO, Yevgeny Prigozhin, lo que tiene que hacer, en vez de insultar tanto al Gobierno ruso, es salir a bolsa, capitalizarse en Wall Street. Tiene marca y también tiene una buena cuota de mercado, que parece que se va a mantener en los próximos años con un crecimiento superior al IPC.
Lo que no entiendo es por qué el tal Prigozhin, en lugar de dedicarse a enterrar a sus hombres y a echar pestes por la boca, no se construye un yate de lujo —como hacen los rusos millonarios— y se va a Marbella o a Ibiza a pasar el verano. O, ya puestos, se compra un equipo de fútbol.
La verdad es que la ETT que se ha montado no le da más que disgustos, y encima su socio Putin, allá en retaguardia, se pone de perfil. No me extrañaría que, ahora que llega el verano y se acaba la liga, Wagner diversifique el negocio y se meta en el sector del ocio, del deporte rey o, tal vez, de la moda, con su colección de ropa de camuflaje. Y si no, al tiempo.