Una sociedad ultra: deplorable imagen

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

ALBERT GEA | REUTERS

16 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La sociedad se polariza. Se divide. Se fragmenta. Se rompe. Todo son extremos. Con los dos extremos de una soga se hace el nudo en el que nos ahorcamos. Los políticos echan leña al fuego para buscar votos como sea. Esa gasolina empapa a los miembros de una sociedad a la que luego vemos arder por televisión. Tenemos dos imágenes recientes. Dos ejemplos terribles. Uno quedó impune. El otro no puede salir también de rositas. O nos ponemos límites o es imposible convivir.

La primera imagen que dio la vuelta al mundo fue la tangana en la cancha del Madrid de baloncesto entre los jugadores blancos y los del Partizán de Belgrado. Surrealista. A palos se queda corto. Hubo hasta llaves de yudo que podían haber dejado lisiado de por vida a algún jugador. Se suponía que el baloncesto era el deporte culto, en el que no sucedían estas cosas. Desde pequeñitos a los del fútbol nos dicen que los animales somos nosotros, que los que juegan al baloncesto son todos licenciados en tres carreras. La pelea salvaje entre los jugadores del Madrid y del Partizán no corroboró ese alto grado de civilización. No tardó en irrumpir el fútbol con algo parecido.

Aquella tangana de baloncesto en nada menos que toda una Euroliga, en un partido por alcanzar una Final Four, se saldó con unas sanciones ridículas. Multas y unos cuantos partidos que no dañasen demasiado a los afectados. Caminamos por la senda equivocada con esos castigos blanditos. La liga europea de baloncesto dejó claro que está en manos de unos clubes selectos que hacen y deshacen a su gusto.

Digo que pronto se sumó el fútbol por la deplorable invasión de campo de los ultras del Espanyol ante la sardana del Barcelona celebrando el título en sus narices. No estuvo bien la euforia de los jugadores, pero la respuesta de los hinchas se convirtió en otra imagen que dio la vuelta al mundo. Celebración de un título de liga con invasión de campo, con porrazos, con policías y agentes de seguridad rodeados y acosados por las hordas violentas, por tipos con esa sangre densa y caliente que nubla la razón y muestra el lado salvaje del ser humano. Ahora, el Espanyol corre a disculparse. Busca el mismo perdón que recibieron el Madrid y el Partizán en su tangana del partido de baloncesto. Una multa ejemplar y vía. No puede ser, o nos acostumbraremos a estas peleas televisadas.

El Espanyol se lo juega todo. Ese partido ya estaba perdido. La Liga se la había llevado en su jeta su máximo rival, pero lo que menos le hacía falta al club periquito es que le cerrasen el campo. Y eso es lo que tiene que suceder. No llega con una sanción económica. Esos dos encuentros en los que podían salvar la temporada en casa ante el Atlético y el Almería los deben jugar a puerta cerrada o a muchos kilómetros. Y deben ser identificados los que saltaron al campo, candidato del PP incluido. O frenamos estas derivas tóxicas o corremos el riesgo de representar todos el cuadro de Goya. A palos. De tanto protagonizar tortas vamos a agonizar a bofetadas.