Vinicius

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

AFP7 vía Europa Press | EUROPAPRESS

24 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Mestalla estalló este domingo en un vergonzoso incendio racista. Un fuego alimentado por el odio que se propagó por las gradas del estadio en forma de insultos hacia un futbolista. Una tormenta de improperios que es el reflejo de la peligrosa senda por la que transita no solo el mundo del balompié, sino la sociedad en general. Semeja que las bancadas de los campos se han convertido en púlpito de lo que deambula reprimido por las calles y que explota cuando se abre la espita del gas multitudinario. Esa especie de monstruo sometido en el día a día que se descubre y muestra sus garras en el anonimato de la masa. Un campo abierto para la cobardía en el que dar rienda suelta a la cara oculta de la verdad más cruda. Comportamientos humanos difíciles de explicar y menos de justificar. Es una fiebre que empieza a generalizarse. Va a más, domingo a domingo. Son «minorías» cada vez más mayoritarias. En Nervión, más al sur, también encendieron la cerilla del rencor y todo el estadio estalló contra Joaquín. Otra vergüenza que sonroja, pero el balón sigue rodando como si tal cosa. A patadas. La razón, caída a ras de tierra y arrastrada por el lodazal de los instintos más primarios. Las llamas siempre encuentran pasto abonado en la maleza, en la ausencia de cultivo, en la carencia de ese desbroce diario que en este caso es la educación. Los que deben cuidar el juego limpio y el espíritu olímpico parecen más ocupados en mercantilizar el deporte. Ya se sabe que Vinicius no es Iniesta. Puede que sus comportamientos sean censurables y que no se preocupe en absoluto de caerle bien a los rivales. Es un rebelde, con la pelota y sin ella, pero eso no justifica las vejaciones indignas de un ser humano. Escribía Décimo Junio Juvenal que «no es necesario que el Vesubio estalle o que se incendie la ciudad por tres días, mucho menos que llegue una peste porque estamos en medio de ella, para que se perpetúe el pan y circo». Las pasiones más abyectas copan las gradas. No se nace odiando, decía Mandela. El odio se alimenta y alguien le está dando vitaminas.