Esta es una columna demagógica

Ernesto Sánchez Pombo
Ernesto S. Pombo EL REINO DE LA LLUVIA

OPINIÓN

VINCENZO LIVIERI | EFE

24 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Antes de que lo diga esa legión de eruditos incapaces de aceptar las opiniones ajenas, lo voy a adelantar. Sí. Esta es una columna demagógica. Cargada de populismo. Y ahora ya pueden empezar a caer los palos, descalificaciones e insultos. Pero la realidad es la que es y resulta innegable.

Estamos estos días desolados por la desaparición de cinco excursionistas al fondo del mar que perecieron al explosionar el sumergible Titán, con el que pensaban ver los restos del Titanic. Llevamos jornadas y jornadas asistiendo en directo a las tareas de rescate, con una cantidad ingente de medios, y al trágico final que se ha llevado por delante la vida de cinco personas. Y eso siempre duele. Pero, dicho esto, conviene conocer el perfil de los desaparecidos, cada uno de los cuales aportó 250.000 dólares, que es el precio de la experiencia. En el Titán iban el multimillonario británico Hamish Harding; el empresario paquistaní Shahzada Dawood y su hijo Suleman, de una de las familias más ricas de Pakistán; Stockton Rush, CEO de la compañía OceanGate Expeditions, responsable del viaje, y el buzo francés Paul Henri Nargeolet.

El mar es lo que tiene. Que de vez en cuando se cobra un desgarrador peaje, como el que padecen los hombres del mar de Galicia. Pero ninguna de las víctimas gallegas eran multimillonarios ni iban de excursión al fondo del mar. Iban a trabajar. Como las decenas de miles de inmigrantes que reposan en los fondos marinos y a los que ya casi ni dedicamos atención.

Porque, frente al despliegue del sumergible, hay que poner el naufragio la pasada semana de un barco de pesca lleno de inmigrantes, frente a la costa de Kalamata, al suroeste de Grecia, que dejó 82 muertos. Y puede que cientos de inmigrantes más se hayan ahogado. Esto ya casi ni nos preocupa. Tampoco los gobiernos que rechazan las pateras, retrasan los rescates y miran hacia otro lado, pese a que el pasado año siete personas murieron cada día en el mar intentando llegar a Europa. O la escasa importancia que le concedemos a los más de 19.500 muertos, sin contar los desaparecidos, en los últimos ocho años, intentando navegar el mar Mediterráneo desde el norte de África hacia Europa.

Bien está que nos preocupemos por quienes decidieron conocer lo que queda del Titanic, que tampoco es mucho. Pero prestemos la atención que se merecen a quienes pierden la vida cuando buscan una sociedad en la que poder sobrevivir y superar la miseria y el hambre. Porque el de ellos no es un viaje de placer. Ni una excursión al fondo del mar.

Y ya pueden empezar los estacazos.