
No ha empezado todavía la campaña electoral y dos de los mítines que más expectación habían levantado han tenido lugar ya ante nuestros ojos. Ha sido en El hormiguero, entre las visitas de Maluma y Bizarrap, cuando Sánchez y Feijoo acabaron de consumar el matrimonio entre la política y los programas de entretenimiento. Igual que una cantante que necesita vender discos o un actor que busca público para su película, los políticos han interiorizado que hay que pasar por el plató de las hormigas para poder difundir su mensaje a un público transversal y tal vez ajeno a los debates electorales canónicos. Cuentan tanto los vídeos troceados que estos espacios generan para resonar en redes sociales como llenar pabellones de un público que suele tener su voto decidido de antemano.
Con estas elecciones que nos hemos encontrado de sopetón, había expectación por ver y oír a los candidatos de los dos grandes partidos en ese encuentro presuntamente informal que ambos, cada uno en su estilo, llevaban bien preparado. Pero sobre todo había curiosidad por ver a los aspirantes frente al fuego amigo o enemigo de Pablo Motos, que ha hecho de sus críticas al Gobierno un estado de ánimo, aunque ahora haga gala de su abstencionismo. Lo mismo sucederá la próxima semana con la visita de ambos líderes a Ana Rosa, donde las formas serán tan examinadas como el fondo.