
El sábado pasado se hacía público el nombramiento del arzobispo de La Plata (Argentina) como nuevo responsable del poderoso Dicasterio para la Doctrina de la Fe, organismo que, junto con la Secretaría de Estado, conforma los brazos de acción de la Santa Sede. Monseñor Víctor Manuel Fernández es un viejo conocido del papa Francisco, con el que lleva años colaborando, mucho antes de ser pontífice.
Si ya de por sí estamos ante un movimiento inesperado y muy significativo, un auténtico bombazo, como lo calificó un reputado vaticanista, todo lo anterior hay que elevarlo a la enésima potencia por la carta personal que acompañó el nombramiento, algo inusual y que deja bien claro qué es lo que quiere implementar el papa Francisco con este nombramiento. De dicha carta me quedo con esta frase: «Nos hace falta un pensamiento que sepa presentar de modo convincente un Dios que ama, que perdona, que salva, que libera, que promueve a las personas y las convoca al servicio fraterno».
A lo del sábado hay que añadir, en mi opinión, los recientes nombramientos que ha hecho para los arzobispados de Santiago de Compostela, Buenos Aires y Madrid. Estamos, por consiguiente, ante una indicación bien clara de la determinación del papa Francisco de pisar el acelerador en el proyecto de renovación teológica y pastoral de la Iglesia católica. Parece que le sentó bien su paso por el hospital y que volvió a sus responsabilidades con bríos renovados.