Oculto por el ruido y la furia de las elecciones, la semana pasada aconteció un milagro en sede parlamentaria al que no se le ha dado la relevancia que merecen los acontecimientos prodigiosos. Un diputado del Partido Popular era despedido entre piropos y afectos por los portavoces del BNG y del PSOE en el cierre de temporada más reconfortante de los últimos años. El parlamentario gallego que se marchaba se llama Pedro Puy Fraga, ha sido portavoz del PP en la Cámara desde el año 2009, practica el conservadurismo ideológico sin complejos y es casi imposible encontrar a alguien que no alabe su talante, su sentido del humor, su fabulosa cultura y esa vocación definitiva por trabajar para que las cosas nos vayan mejor desde la diversidad política y la lealtad democrática. La nacionalista Ana Pontón elogió su «honestidade e claridade» y reconoció que lo echarán de menos. El socialista Luis Díaz, a quien los presentes observaron emocionado, se refirió a su carácter dialogante «alonxado do brutalismo verbal». Su amigo Manuel Lago, desde Sumar, dictó: «Es el mejor representante que conozco de una derecha democrática, liberal y dialogante que España tanto necesita». Y el historiador Lourenzo Fernández Prieto completó el perfil servido por Lago: «Ai Manolo! E ademáis fala un galego cumprido».
Puy emprende a Madrid un viaje que él deseaba con rumores no confirmados de que Feijoo piensa encargarle en el frente de guerra del Congreso una misión similar a la que desempeñó en Galicia. Se verá, pero es inevitable escrutar a Puy y preguntarse qué tiene este hombre que ver con esa otra vía que encharca al PP, la del trazo grueso y sin matices que tanto gusta en el Madrid de Ayuso.