España, Inglaterra y Afganistán

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

PABLO GARCÍA / RFEF | EUROPAPRESS

20 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Todavía quedan tipos que aseguran encontrar placeres ocultos en cualquier partido ramplón con jugadores de Primera o Segunda, pero que desprecian un duelo en la cumbre del fútbol femenino «porque sí». Aunque les pese, este Mundial, el de ellas, las nuestras y las de otros países, fue convirtiéndose en el de todos. Muchos seguirán con sus estribillos con tufillo a naftalina. Que si mira la velocidad, que si fíjate cómo ha cantado esta portera... Claro, como si España no contara en su historial con un cementerio de tumbas cavadas bajo palos (Arconada y De Gea lo saben bien). Como si todos y cada uno de los chavales jugaran como Messi en su plenitud y todas las Españas futbolísticas de la historia hayan sido como aquella de Luis Aragonés. Son voces que siguen sonando de fondo, como el zumbido de las velutinas, pero sobre las que se escuchan muchas otras que celebran y disfrutan, sin complejos ni prejuicios. Por eso este Mundial femenino es un triunfo en sí. Una victoria. Aunque no debe hacernos miopes y perder de vista a otras deportistas que están lejos de todo y de todos. Las de las fotografías que tomó Ebrahim Noroozi en Afganistán, con las integrantes de un equipo de fútbol femenino posando ante una portería. Con sus medias. Sus botas. Balones... Pero sin rostro. Todas cubiertas con burkas. Estaban presentes y, al mismo tiempo, habían sido borradas. Así reclamaban sus vidas robadas. Es el mayor apartheid que existe ahora mismo en el mundo. Y por ello no tiene ningún sentido darle un lugar a Afganistán en escenarios internacionales como las grandes competiciones deportivas. ¿Pagarán justos por pecadores? Sin duda. Pero régimen que esclaviza a la mitad de su población no merece ni un centímetro de alfombra roja. Ni de césped.