
Mantiene la RAE una definición de marimacho que sometida a escrutinio produce algunos temblores. Explica la Real que una señora así definida es una «mujer que en su corpulencia o acciones parece hombre», nueve palabras cargadas de presuposiciones que explican todas las veces que muchas de nosotras fuimos así interpeladas. Ocurría que para ser un marimacho no había que esforzarse mucho, solo rondar la línea tras la cual dejabas de ser una señorita para convertirte en otra cosa. En otra cosa peor, claro. Lo saben bien todas esas mujeres que tenían la espalda demasiado ancha, el pelo demasiado corto, el pantalón demasiado flojo, la voz demasiado honda, mujeres que no eran todo lo femeninas que deberían, niñas que elegían una pelota de fútbol en lugar de una de rítmica, crías que corrían demasiado, que sudaban demasiado, que se arreglaban demasiado poco. Ese demasiado que marcaba la frontera y activaba la compasión o el repudio, ese demasiado que entristeció, acomplejó y disuadió a muchas. Suponía más o menos superado el trance varias décadas después, pero ha tenido que ganar el mundial de fútbol esta selección de mujeres, con todos los micrófonos dirigidos hacia sus bocas, para descubrir que estas chicas de veinte años han pasado por ofensas semejantes, que casi todas conocen esa mueca horrible que ensaya una conocida de mamá o una tía de papá, chicas de veinte años que también eran marimachos, mujeres que por su corpulencia o acciones a algunos les parecían hombres, sin entender bien qué acciones eran las prohibidas ni cuál debía ser el alcance correcto de su corpulencia. Por eso la victoria de estas mujeres es importante, porque con su descomunal popularidad muchos seguirán pensando que son unas marimachos, pero ahora no se atreverán a decirlo.