Entre Rubiales y el silencio de Urkullu

Francisco Espiñeira Fandiño
Francisco Espiñeira SIN COBERTURA

OPINIÓN

LUIS TEJIDO | EFE

24 ago 2023 . Actualizado a las 09:02 h.

Media España apura sus días de asueto en medio de la enésima ola de calor del año y sobre la mesa camilla del debate familiar pesa poco, todavía, la constitución del nuevo Gobierno, a pesar de que ya ha transcurrido un mes desde que nos llevaron a las urnas.

El ciudadano medio tiene dos temas de conversación acuciantes: el despropósito de Rubiales y su injustificable actuación en Australia —no solo por el beso robado con fuerza a Jenni Hermoso— y ese sofoco que nos da el mercurio cada día, que nos ha enseñado a distinguir entre noches tórridas o infernales.

Y, mientras, nuestros políticos siguen jugando al escondite con sus planes de futuro. Alberto Núñez Feijoo ha conseguido hacer valer su condición de ganador para ir a la investidura primero. Pero su realidad no es la soñada. Tiene 172 votos comprometidos, de una manera u otra, pero otros 178 diputados van a votar que no a todo lo que venga de la bancada del PP.

A Feijoo le honra despreciar a Bildu, un partido en cuyo corazón viven cómodamente instalados antiguos condenados por terrorismo, algunos con delitos de sangre en su historial, y que sigue sin condenar de forma explícita una de las mayores lacras de la sociedad española durante décadas. Y tiene garantizado el no eterno de un BNG incapaz de ganarle en Galicia, y de los independentistas catalanes de extrema izquierda (ERC), derecha (la vieja Convergencia) y la derecha más extrema y xenófoba alineada en el Junts excluyente.

Al de Os Peares le queda una bala: el PNV. Ortúzar, cual San Pedro del sanchismo, ya le ha negado tres veces su voto, a pesar de que en el ADN de los nacionalistas vascos siempre han tenido un peso especial grandes empresas y empresarios. Repsol, Iberdrola o BBVA son algunas de las principales víctimas de la voracidad impositiva de un Sánchez que ha subido 42 impuestos en cuatro años. Y todos ellos, como Urkullu, guardan silencio. Su ventaja es que están más que acostumbrados a los órdagos y a jugar al límite. Fueron capaces de aprobar los Presupuestos de Rajoy una semana y la moción de censura contra él a la siguiente. En Sabin Etxea, su cuartel general, sienten el aliento de Bildu en la nuca y la cercanía de unas autonómicas en las que, por primera vez en años, no son favoritos.

Al rebote queda Pedro Sánchez, que tiene que asumir un listado de concesiones a los independentistas que irrita a buena parte del PSOE en otras latitudes de España. Porque, aunque desde Ferraz se insista en que los socialistas salieron muy reforzados de las elecciones del 23-J al subir casi un millón de votos y un escaño, lo cierto es que esa mejora llegó de dos territorios casi en exclusiva, Cataluña y el País Vasco, mientras que en el resto de España, como se pudo comprobar en las municipales y autonómicas de mayo, sufrió retrocesos más o menos importantes en cada uno de ellos.

Quizá la culpa sea del «solo sí es sí» o quizá de las cesiones a los independentistas. Sánchez ya ha demostrado resistencia, pero lo que puede ser bueno para él y para Puigdemont, puede costarle caro en otros territorios.