Dice la RAE que la lengua es un sistema de comunicación verbal, lo que deja fuera el silbo canario (se pongan como se pongan) y las señales de humo, y no, en cambio, el bable, el llionés y desde luego el caló. Pero en el Parlamento no hay cama pa tanta gente, y por eso se van a conformar, espero que de momento, con las cuatro lenguas oficiales. Así, el que no es de los nuestros que se ponga los cascos o que se chinche. Porque en realidad, al salir del Gran Casino, como los intérpretes se van a buscar a los niños que salen de las clases de inglés o de piano, y no se quedan con los diputados a tomar un vinito, sus señorías se verán obligadas a comunicarse en español: «Pásame las patatas bravas, coño». Aunque sean de la cuenca del Llobregat o de Monforte de Lemos.
No debemos pensar que el uso del idioma propio con aquellos que no lo entienden es una grosería. En realidad es una actividad de promoción turística, que acerca el hemiciclo a Fitur, la feria de turismo. Por eso yo creo que cada intervención en la tribuna debía de ir acompañada de una degustación de viandas regionales del lugar de quien toma la palabra. Escuchar a Idoia Sagastizabal Unzetabarrenetxea tomando un chacolí y un pincho de chistorra, o a nuestro Alberto Núñez Feijoo con un godello bien fresquito y unos pimientos de Herbón. Y, ya puestos, sus señorías deberían también sacar a relucir sus trajes regionales. Desde luego disfrutarían más los plenos, y a nosotros nos darían mucha más envidia de la que ya nos dan.