Según la RAE, la palabra antiguo tiene varios significados que pueden hacer referencia a algo que existe desde hace tiempo, a alguien que cuenta con mucha experiencia en un empleo, profesión o ejercicio, o a algo que está pasado de moda. Independientemente del significado oficial, la palabra antiguo evoca dos sentimientos: algo que por su antigüedad resulta muy valioso o algo que por ser viejo es inútil y desechable.
Cuando hablamos del mundo antiguo o de la cultura clásica, la cosa cobra connotaciones dignas de ser admiradas, estudiadas y protegidas. No ocurre lo mismo si hablamos de moda o de tecnologías, dónde el término adquiere tintes negativos. Pero para que algo alcance la categoría de clásico es necesario que tenga la suficiente antigüedad como para constatar que ha pervivido a través del tiempo sin perder su interés o funcionalidad.
Hace poco el ministro de Cultura contestaba a las declaraciones hechas por Felipe González y Alfonso Guerra sobre la amnistía, tildándolas de «antiguas», sentando un argumento que posteriormente repitieron todos los portavoces del Gobierno y del partido. La calificación es ambigua, porque si los hubiera tachado de «viejos» se entendería mejor su desdén, pero «antiguos» refiriéndose a unas declaraciones me parece un término inapropiado. Unas declaraciones pueden ser acertadas o equivocadas, nunca antiguas. Si consideramos que todo lo antiguo es despreciable, nos cargaríamos todo el saber acumulado por la humanidad. Me vino a la cabeza una anécdota cuando llevé un viejo Volvo que me acompañó durante más de un millón de kilómetros a un taller del Ourense profundo. El mecánico —más viejo que el coche— sonrió al verlo y sentenció: «¡Esto es un coche! Los de ahora, no valen ni para ser antiguos». Fin de la cita.