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De cruzar líneas rojas va servido el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. Pero estoy convencido de que ayer a muchos españoles les ha hecho dudar. A muchos de los que todavía discuten sobre sus virtudes y defectos. A muchos de los que le votaron a última hora en Cataluña y en otros lugares de España por el miedo a Vox. A muchas mujeres que optaron por la papeleta del PSOE a pesar de los pesares y de tardar tanto en rectificar la ley del solo sí es sí sin cesar además a ninguna de las dirigentes de su socio en el ejecutivo. Españoles que dudaron mucho con los indultos a los condenados por el procés. Españoles que hemos ido viendo que Sánchez, que tuvo mala suerte durante su mandato (una pandemia, un volcán, una guerra...), tal vez cada vez más solo antepone su figura, su permanencia en el poder a la gobernanza. Ayer muchos de los que dudamos, muchos españoles del caladero de centro de este país, que, a veces, votaron por Felipe y otras por Rajoy, se quedaban estupefactos cuando se confirmó que el presidente del Gobierno en funciones no tenía pensado molestarse en intervenir nada menos que en un acto tan serio como es un debate de investidura de la presidencia del Gobierno de tu país.
Reaccionó mal la bancada popular abroncándolo, aunque semejante gesto lo mereciese. Un silencio glacial hubiese atravesado la coraza que es, sin duda, uno de los superpoderes de Sánchez en su carrera política. Al gritar e insultar perdieron la razón. Me da la sensación de que el presidente del Gobierno en funciones se pasó con esa decisión varios pueblos menospreciando la sede del pueblo. Tampoco designó al portavoz del grupo socialista Patxi López, No. La provocación fue doble.
A Sánchez se le vio muy inquieto todo el debate. Inquieto con un gesto de displicencia, en plan qué pesadez tener que estar aquí aguantando a este señor que dice que ganó las elecciones (las ganó). Yo, que acabo de estar hablando en Nueva York, qué pinto aquí asediado por el puñado de verdades del barquero que me suelta Feijoo. Y entonces sacó su carta de la manga. La provocación al candidato a presidente del gobierno designado, atención, por el rey iba a ser todavía peor. No iba a responderle ni él ni el portavoz del grupo socialista. Sería un exalcalde de Vallladolid. Un señor de Valladolid que se llama Puente y que lo suyo no es tender puentes precisamente. Salió a provocar todavía más, con todos los exabruptos dudosos y falsos sobre la carrera de Feijoo.
Verse bien en el espejo es importante. Pero medir también es muy importante en política. No sé si al presidente en funciones le saldrá bien su plan diabólico de ninguneo al hombre que contra todo pronóstico le arrasó en el único debate televisado entre los dos que hubo antes de las pasadas elecciones. Menos mal que Sánchez quería debatir antes de las urnas seis veces con Feijoo. Ayer podía y no lo hizo. Claro está que no podía abrir la boca. En el futuro está la amnistía y un referendo, palabras mayores. El Puente trampa de ayer palidece ante esos acuerdos que se avecinan entre Sánchez y el fugado Puigdemont. Romper España es ir mucho más lejos que la sobrada de ayer.