A pesar de los constantes esfuerzos de Elon Musk para reventar la red social que compró a muy alto precio, Twitter (X) sigue teniendo magia. No hay otro lugar al que ir a contemplar reacciones exageradamente dramáticas y anómalas cuando pasan cosas normales en una democracia.
Cuando el rey Felipe VI cumplió su mandato constitucional y encargó a Pedro Sánchez que intentara formar Gobierno (como hizo antes con Feijoo), un montón de usuarios, de esos que exhiben la bandera rojigualda en su perfil y suelen escribir a lo troglodita, se lanzaron a criticar de forma feroz al monarca. Le llamaron de todo _traidor, comunista_, y llegaron a decir que para ellos había muerto. ¿Qué esperaban que hiciera? ¿Que diera un golpe de Estado? ¿Que le ofreciera a Abascal que intentase someterse a la investidura? Perdonen que me ría.
La turba se equivocó de objetivo. Habían sido engañados, pero no por las instituciones del Estado, sino por la extrema derecha y por los desacreditados que alborotan en el Congreso y las redes haciéndose pasar por periodistas. No respetan la realidad. Y les cuentan milongas como aquel delirio de eliminar las comunidades autónomas. Son iguales que Puigdemont y los suyos cuando les vendieron a los catalanes que la independencia era posible: unos falsos patriotas y unos falabaratos.