La guerra eterna

Eduardo Riestra
eduardo riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

DILARA SENKAYA | REUTERS

08 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El estallido de la guerra palestino-israelí del sábado es para los de mi generación como si de nuevo el hombre hubiera puesto el pie por primera vez en la Luna o hubieran vuelto a asesinar a Kennedy. Yo crecí con las guerras del telediario, al principio —las de Vietnam, Cachemira, Corea— en blanco y negro, con un joven Leguineche transmitiendo entre tiros y bombazos. En las ciudades, los jóvenes —sobre todo ellas— andaban con un pañuelo palestino blanco y negro —llamado kufiya— en el cuello en lugar de las pañoletas portuguesas coloridas de sus madres. Tenía un componente de belicismo justiciero y otro de coquetería progresista que ahora nos trae recuerdos idealizados de juventud y rebelión, pero también, sobre todo, la constatación de un fracaso.

Por Palestina murieron centenares de adolescentes de Cisjordania y Gaza, mientras que algunos políticos cincuentones de colmillo retorcido y diente de oro: Sadat, Begin, Arafat, Rabin, Peres eran premiados con el Nobel de la Paz.

Desde la famosa travesía del Exodus en 1947, que llevaría al cine Otto Preminguer con Paul Newman haciendo del más guapo comandante de la resistencia que jamás hayan tenido los judíos, hasta la nueva ruptura de hostilidades del pasado sábado no ha pasado nada. O, mejor dicho, han pasado muchísimas cosas que no han servido para nada.

Lo de ahora es el día de la marmota. Forma parte de las maldades cotidianas, como el bicho de las castañas todos los otoños. Como el magma incandescente de un volcán que está dormido.