La lección de Meryl Streep

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

VINCENT WEST | REUTERS

22 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Es una señora. Sí. Merece esa palabra que está en plena remontada para recuperar la dignidad. Señora. Ni vieja. Ni acabada. Lejos de ese abismo que se abría a los pies de las que antaño dejaban de ser señoritas. Meryl Streep. Una señora. Para muchos, la mejor actriz viva (incluidos los actores). Como apuntó esta gran dama en su discurso en los Premios Princesa de Asturias, meterse en la piel de otro tiene que ver con la empatía, con acercarse radicalmente a los diferentes. Con ver más allá. «Una parte de mí sospecha que, como he representado a personas extraordinarias toda mi vida, ahora me toman por una de ellas», confesó. En los últimos años se extiende la dictadura del compartimento estanco. Un personaje trans debe ser interpretado por alguien trans (Halle Berry renunció a una película porque era una mujer). A una poeta afroamericana tiene que traducirla una activista afroamericana (la polémica de Amanda Gorman). Podríamos seguir hasta el infinito: los judíos, los árabes, los obreros, los aristócratas… Cada oveja con su pareja. El trabajo de las actrices y los actores consistiría en llevar la vida propia a los escenarios o a las pantallas, en encasillarse. Meryl Streep, una chica de protestante de Nueva Jersey, con raíces alemanas, suizas e irlandesas, ha sido una superviviente del Holocausto en La decisión de Sophie, la danesa que se enamora de Kenia en Memorias de África, el ama de casa italiana de Los puentes de Madison, Margaret Thatcher en La dama de hierro, la monja de La duda y la editora de The Washington Post en Los archivos del Pentágono. Actuaciones memorables. Poco que ver con la mujer real. Ahí está el milagro.