El modelo Abel Caballero ha ido evolucionando desde el año 2007 hasta este noviembre del 23 en el que el alcalde de Vigo ha conseguido convertir en un estilo político propio el viejo y masculino de quién la tiene más grande. Se acerca Nadal y ahora lo que toca medir y comparar es el tamaño del abeto, árbol más triangular que fálico pero igualmente desafiante de la verticalidad, una virtud que al parecer pone muy cachondos a algunos señores. Tras convocar con insistencia al major de New York y quizá desanimado por su indiferencia, la pelea de gallos de la temporada la libra con el catalán Xavier García Albiol, muy diestro también en ditirambos y que parece haber sustituido su obsesión contra los inmigrantes por su obsesión por la envergadura, algo que no nos libra del asombro pero disuelve un poquito nuestro horror. Es mucho mejor andar con metros que con xenofobias, claro que sí.
Gane quien gane en el foso de este circo, y antes de levantar o bajar el pulgar, hay que concederle a Caballero su capacidad de crear escuela, con ese mejunje que mezcla cosas enormes con cosas estrambóticas, que por lo visto convence a muchos. Ahí está, sin ir más cerca, el alcalde de Ourense, subido también al rollo de lo grande, grande, ande o no ande, concentrado en que el Halloween de la ciudad sea también el más, en una concesión elocuente al trick or treating que a Jácome le debió venir en la carrera de subida al Empire State que él completó hace unos años tras entrenar en los peldaños del Milenio. De aquí a que convierta el Miño en el Hudson de Canedo pueden mediar dos Entroidos y un par de festas dos Maios. Ahora, vista esta obcecación por el tamaño, alguien debería recordarles a estos hombres que cuanto más grande es la cabeza, peor es la resaca.