Ya estás aquí de nuevo. Y, de tu mano, tantas consideraciones ácidas, corrosivas, intelectuales, acerca de tus esencias y apariencias. Además, con el inexcusable aderezo del debate anual entre familiares y amigos. Justas en las que no participo. No discuto obviedades. Confieso no comprender que tal contienda persista, siendo tan evidente dónde reside la verdad del asunto. Y como no puedo, en tanto que aspirante a científico, resistirme a las certezas pertinaces, vaya por delante que te detesto con toda mi alma. A quién se le ocurre celebrar unos días el amor, mientras el calendario restante chorrea odios miles. Vaya delirio elogiar la amistad y la camaradería a tiempo parcial, cuando la mala leche, la envidia y los celos tienen contrato indefinido en régimen de dedicación exclusiva. Menuda extravagancia falsaria ahorrar unas líneas de agenda para asuntos familiares, solo para disimular distanciamientos y resquemores. Y qué decir de la cruel tortura de pensar en regalos adecuados y oportunos... cuando me he dejado la piel en el reciente black friday; que ese sí que es consumo del bueno, sin ninguna molesta tradición que me obligue. Qué pesadez sin sentido idear adornitos por aquí y por allá, alterando la paz estética habitual. Delito debería ser que ilusiones a los niños con banalidades farisaicas como el amor, la solidaridad, la comprensión y la cercanía. No sea que se pregunten por qué el resto del año tanta bondad amuebla el trastero. Absurdo engatusarlos con mágicas y quiméricas monarquías, teniendo la Zarzuela tan cerquita. Ya está bien de tantas luces que solo nos recuerdan lo oscuro que está el patio el resto del año. Menuda chorrada aquella costumbre que tenías de sentar a un pobre en la mesa. Todo el mundo sabe que hacerlo con un rico sale mucho más a cuenta. A quién se le ocurre que haya treguas navideñas hasta en las guerras más encarnizadas: valiente hipocresía. No sigo, que me enfado. Imperdonable la chifladura fraudulenta de fingir unos días cariño, amistad, alegría. Con lo bien que se está como siempre: chapoteando en la dulce rutina de rencores varios, avivando enemistades que bien se lo han merecido, sorteando tantos callejones oscuros en los que la maldad abreva, sin molestarse en fingir. Por eso te detesto, Navidad. Porque me gustas demasiado para despedirte una vez por año. Es insoportable tu levedad. Vienes, prometes... y te vas. Intolerable. No vuelvas. O mejor, hazlo; pero para quedarte.