Inquiokupación en Galicia
En mayo hará cuatro años desde que la arrendataria de mi piso dejó de pagar la renta. En plena pandemia, el Gobierno suspendió los desahucios para las personas en situación de vulnerabilidad económica. Poco después adoptó medidas para, a través de las comunidades autónomas, compensar a los propietarios en caso de que los ayuntamientos no lograsen encontrar una solución habitacional para estos inquilinos. Hasta aquí todo correcto... si en la práctica realmente funcionara alguno de esos elementos. El Gobierno ha prorrogado una y otra vez esta medida «extraordinaria», con lo que la excepcionalidad se está convirtiendo en norma; la Xunta no da respuesta a la solicitud de compensaciones como propietario y el Concello de A Coruña parece no encontrar una solución de vivienda. Y lo que es peor: ninguna institución contesta a mis solicitudes. He tenido que acudir al Defensor del Pueblo para ello.
Y así más de tres años, en los que yo sigo pagando la hipoteca de ese piso, el IBI y la comunidad de propietarios. La deuda impagada asciende ya a 20.000 euros y, aun cuando ambos cumplimos los requisitos para ser declarados económicamente vulnerables (tener unos ingresos mensuales inferiores a 1.800 euros), la justicia pone en una balanza la situación global de la inquilina y la mía, para decantarse por permitir la ocupación de una vivienda cuyos gastos corren a mi cargo.
¿Hasta cuándo los pequeños propietarios vamos a estar sufragando la vivienda social? ¿Es así como se fomenta la puesta en el mercado de alquiler de las viviendas vacías? ¿Saben los arrendatarios que no pasa nada si dejan de pagar el alquiler y demuestran una pérdida sustancial de ingresos, siempre que estos sean inferiores a 1.800 euros? Parece que mi inquilina y otros inquiokupas, sí. Alfredo Lobo Casas. A Coruña.
Mayores y accidentes
Alcanzar y sobrepasar los 65 años convierten a un contribuyente en potencial culpable de la mayoría de los accidentes de circulación. Pero habría que analizar las causas de los siniestros protagonizados por gente mayor. Las señales, las pinturas de la calzada, las imprudencias de algunos jóvenes, los faros deslumbrantes, las impertinentes furgonetas... tal vez esté ahí la razón. Que nos sometan a exámenes cada año y vean de verdad quién puede conducir y quién no. Manuel J. Fernández.