Kate Winslet es la amada líder que The Regime necesita. Del mismo modo que los totalitarismos precisan de una figura imponente capaz de aglutinar conciencias y aguantar el peso de lo insostenible, la actriz es el pegamento que sujeta firmemente todo lo bueno y lo malo del primer episodio del último estreno de HBO Max. The Regime arranca como una sátira de los gobiernos cesaristas y encarna en el papel de la canciller Elena Vernham algunas de las peores maneras de cierta política actual, enfocada en las apariencias. Por momentos la trama parece ser una ocurrencia frugal con pinceladas de humor surrealista a punto de descarrilar en el absurdo, pero después se endereza con su otra vertiente de comedia dramática. Winslet interpreta a la canciller de una dictadura de un ficticio país centroeuropeo que yace sobre una valiosa mina de cobalto, un caramelo para grandes potencias del mundo. Ella, cabeza de una autarquía casi hereditaria, debería negociar tratados que le permitan rentabilizar el preciado mineral, pero no soportaría perder poder ni influencia. El sistema necesita a alguien fuerte, pero ella es una mano de hierro fácilmente influenciable. La hipocondría la atenaza y le aterra respirar el aliento de otras personas. Tiene pánico al moho y obliga a un esclavo a medir el índice de humedad que la rodea. Puedes reírte de ella, odiarla e incluso compadecerla.