Teléfonos vengadores

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

JOSE MANUEL CASAL.

17 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Los números de los viejos teléfonos fijos se resisten a abandonar este mundo, convertidos ahora en contraseñas. Los maduros del lugar utilizamos los códigos de los teléfonos de nuestras casas de la infancia para acceder a las tecnologías del futuro, no se sabe si como homenaje a quienes fuimos, si como un ejercicio tristísimo de nostalgia o como un intento desesperado de doblegar el espacio-tiempo y creer por un momento que no han pasado tantas décadas ni se ha ido tanta gente. Muchas usamos esas viejas combinaciones mágicas como si tuvieran poderes y lo hacemos desnudas de prefijo, porque entonces un código provincial era una indicación geográfica pero sobre todo una alerta de algo caro y raro. Tanto, que cuando en casa entraba una llamada de un número de Zaragoza lo habitual era gritar, excitados, «¡conferencia!», para que la conversación fuera diligente y la atención general estuviese a la altura.

Deberíamos elaborar un relato ontológico sobre nuestra relación con los teléfonos, porque se habla mucho de cómo han cambiado nuestras vidas los nuevos aparatos portátiles con todas sus movidas y dependencias dentro, pero poco del duelo que significó perder los viejos, clavados siempre en el mismo sitio, impertérritos e inmóviles ante tus urgencias, amnésicos a las llamadas perdidas, aunque algunas te hubiesen cambiado la vida. Sucede que, algunas veces, esos viejos teléfonos fijos, que eran todo carácter y personalidad, se manifiestan como si los convocase una ouija y se ponen a sonar desde el más allá, cabreados quizá por haber sido despreciados tan a la ligera. El otro día, Pedro Rocha parloteaba ante el micrófono de su smartphone como si estuviese en línea con la Casa Blanca cuando el chisme empezó a sonar. Ya les digo que fue una venganza.