La probable inocencia de Alfonso Basterra

Juan Campos Calvo Sotelo PSICÓLOGO Y ESCRITOR

OPINIÓN

María Pedreda

20 may 2024 . Actualizado a las 10:13 h.

Si dos personas inteligentes planean asesinar a su hija, no hacen ensayos innecesarios con pastillas, y menos la llevan mareada a clase, con el riesgo de despertar sospechas; la dejan en casa con cualquier excusa hasta que se recupere. También elaboran algún plan para deshacerse del cuerpo sin llamar la atención. No la dejan inmediatamente después del crimen en una pista a muy pocos kilómetros de su residencia y a pocos metros de una carretera muy transitada y de una zona urbanizada.

La hipótesis —que no hecho probado— del juez y la fiscalía sobre el crimen de Asunta de que ambos padres lo planearon y ensayaron durante meses pesó como una losa en el juicio, especialmente para la condena de Alfonso Basterra. Todo apuntaba más bien a un crimen sobrevenido, en el que las dosis de lorazepam tuviesen la misión de dejar a la niña indefensa para que la desequilibrada personalidad de Rosario fantasease con su muerte, como en el episodio del inexistente ladrón que intentó matarla semanas antes (fue la propia Rosario), pues ni la niña lo vio, ni Basterra estaba allí.

Se pudo y se debió examinar el caso consultando lo que hoy se sabe por la obra de autores como Alice Miller, Pincus, Estella Welldon y otros sobre los crímenes que no obedecen a las superficiales motivaciones sugeridas por la fiscalía, el juez, los psiquiatras o la prensa, sino a las emociones ocultas reprimidas en personas que han padecido carencias y maltratos emocionales profundos por parte de sus figuras de apego. Y eso nos llevaría a hablar de la personalidad celosa, hostil y tiránica de la madre de Rosario, Socorro Ortega, y las secuelas en su hija en forma de depresiones, personalidad escindida y finalmente capaz de destruir literalmente a una niña. De eso, la psiquiatría biológica, que atendió las dolencias del alma de Rosario con sus habituales recetas químicas, sigue sin saber gran cosa.

No se deben multiplicar las entidades sin necesidad, decía el filósofo medieval Ockham, una navaja que el juez no aplicó al insistir, frente a mínimas evidencias (como la adquisición de lorazepam para Rosario por Alfonso), en suponer dos personalidades tan extremas y distorsionadas en lugar de una sola.

No había en la biografía de Alfonso ni en sus rasgos de carácter las múltiples señales de patología que había en las de Rosario.

Pero si Basterra es inocente, su defensa conjunta y su negativa a acusar a Rosario, quizá aferrándose ciegamente a la esperanza de que ella también lo fuese, unida a la hipótesis de un plan propagada por el juez, fueron su perdición. Cualquier indicio de los muchos que hubo contra Rosario lo contaminó a él injustamente.