Fraternidad

Manuel Blanco Desar
Manuel Blanco Desar ECONOMISTA

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

26 may 2024 . Actualizado a las 12:02 h.

Llegará un día en que todas las naciones del continente, sin perder vuestras distintas cualidades y vuestra gloriosa individualidad, os fusionaréis estrechamente en una unidad superior y constituiréis la fraternidad europea. Esto nos dijo el inmortal Victor Hugo, autor de Los miserables y padre literario del redimido Jean Valjean. Lo dijo en el Congreso de la Paz de París, en 1849. Fraternidad, hermosa palabra que hoy ha caído en desuso, aunque en ella se condensa todo cuanto quisieron construir los padres fundadores de nuestra Unión.

Las memorias de Jean Monnet lo explican, aunque casi nadie lee algo que valga la pena para el porvenir. Monnet cita literalmente a Alcide De Gasperi: «El ejército no es un fin en sí, es el instrumento de una política exterior y está al servicio de un patriotismo. El patriotismo europeo que se desarrollará en el marco de una Europa federal». Esa Europa que Monnet ratifica al renunciar en 1954 a su cargo en la CECA: «Nuestros países se han hecho demasiado pequeños para el mundo actual. La unidad de los pueblos europeos reunidos en los Estados Unidos de Europa es el medio para elevar su nivel de vida y mantener la paz».

Este fue el impulso que llevó a crear la Asamblea Parlamentaria de la CECA, luego ampliada a la CEE, para terminar siendo en 1979 un Parlamento por sufragio universal. Pero como todas las obras humanas, incluso las más loables, este Parlamento no es aquel con el que soñaban europeístas como Ursula Hirschmann, socialdemócrata alemana perseguida por la Gestapo, e inspiradora del Manifiesto de Ventotene en 1941, «Por una Europa libre y unida», alumbrado en aquella colonia penitenciaria de Mussolini. No es aquel porque no albergaría especímenes como József Szájer, encaramado a las listas por Viktor Orbán, defensor de la familia cristiana y organizador de orgías en plena pandemia, aderezadas con psicotrópicos, casado con una piadosa magistrada del Tribunal Constitucional húngaro. Ni tampoco diputadas como Eva Kaili, del viejo Pasok, comisionista, o Tarabella, del PS valón. O, cómo no, diputados ultras germanos al servicio de la democrática China y del demócrata moscovita. O, simplemente, diputados agradadores de sus jefes que esperan devengar su jugosa pensión ya a los 63 años, mientras al resto de los europeos se les dice que deben deslomarse hasta los 67 y más.

El sueño subsiste pese a todo, aunque para lograrlo convendría que surgieran partidos genuinamente europeos que reforzasen el pilar cívico de la Unión y evitar desastres como el descarrilamiento francés de la Constitución europea por referendo. La Francia derrotada y amputada en 1871 y casi barrida en 1918 y 1945 de no ser por la ayuda foránea. Mientras tanto, tendremos 720 diputados en una jaula de grillos nacionalistas, donde pronto la inteligencia artificial americana permitirá hablar en cualquier idioma y opinar sobre lo que acuerdan los Estados no menos nacionalistas. Fraternidad en los Estados Unidos de Europa al servicio de la prosperidad y la paz. Ese era y es el sueño.