«True crime»: distopías en conflicto

Jorge Sobral Fernández
Jorge Sobral CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA Y DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLÍTICA Y SOCIOLOGÍA DE LA USC

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

27 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En estos últimos meses, hemos leído y escuchado un chorro de expresiones de disgusto y rechazo hacia la popularización, supuestamente excesiva, del true crime, de las informaciones y análisis de casos criminales reales (nutriente de artículos, reportajes, tertulias, producciones audiovisuales). Esos reproches, y su sustento argumental, gozan de «buena prensa», y no será un servidor quien niegue que en ese mundillo mediático se cometan excesos. Claro que, en esa industria como en todas, manda el mercado: si son rentables es porque abundan los consumidores de esos productos. Y es en este punto, en el que el vituperio de no pocos intelectuales hacia las empresas servidoras de tales productos se bifurca y anchea para abarcar a sus consumidores. Y en el lienzo aparece «la gente», retratada con tanta fidelidad como en esas grotescas imágenes que nos devuelven los convexos espejos de feria: endemoniadamente morbosa, se excita con la observación de la bestialidad ajena, consume la maldad del prójimo como camino para (no) ejecutar la suya propia, alivia con tanta casquería sus vidas rutinarias y estimularmente cochambrosas. Y así sucesivamente. Un tópico tras otro.

Pues bien. Rogaría ahora al amable lector que colaborara conmigo y me acompañara a un breve paseo imaginario en un escenario social alternativo. Visualicemos pues, que en tal ficción, cuando unos padres eliminan tan torpe como cruelmente a su hija adoptiva; cuando una chica mata a su amiga con la complicidad de su familia para robarle a su bebé; cuando padre y madre matan a su hija adulta y le prenden fuego a la casa familiar; cuando un señor frustrado e iracundo sin que se sepa muy bien por qué sale de su casa de aldea y pasa a cuchillo a todo vecino que encuentra a su paso; cuando otro caballero mata, descuartiza y guarda en una maleta los fragmentos de su víctima; cuando una señora y su hija alquilan los servicios de un sicario portugués para matar al marido y padre de ambas..., imaginemos, pues, que cuando tales hechos y tantos más sucedieron (todos aquí, en esta Galicia nuestra), los medios de comunicación hubieran reaccionado con desdén hacia lo sucedido; que los ciudadanos respondiéramos con indiferencia; que los opinadores e influencers de toda estirpe ignoraran tales asuntos; que las redes sociales pasaran olímpicamente y siguieran a sus nimiedades y encanallamientos habituales; que la conversación pública (la mayor caldera productora y reproductora de conocimiento) obviara tales «sucesos», y siguiera a lo suyo, sea ello lo que sea; y, sobre todo, que cada uno de nosotros fuéramos impasibles ante tanta brutalidad de apariencia inexplicable, que no alterásemos nuestras rutinas mentales, que por pura habituación la barbarie ya no pudiera movilizar nuestras emociones, bien de rechazo a los autores, bien de misericordiosa compasión hacia las víctimas, que renunciáramos a la saludable ansia de comprender causas y razones...

Un escenario fantaseado, estimado lector, en el que nadie se haría la pregunta de siempre: ¿están locos, solo son malvados o una perversa mezcla de ambos? ¿Qué miedos, ambiciones, esperanzas, celos o envidias burbujeaban en ese caldo? ¿Alguien puede explicarme algo, por favor? Qué más da. Dejémoslo estar. Sigamos con nuestras vidas, que tales sucesos no nos rozan, no nos interpelan, no nos cuestionan. A ver si el Celta no baja y el Dépor sube. Mañana tengo mucho que hacer.

Suelen decir muchos de los intelectuales aludidos que el mal ejerce una suerte de fascinación tóxica en muchos de nosotros. Y es bien cierto que algunos, de la mano del horror y de la consustancial curiosidad para entenderlo, se suben al árbol para ver mejor el panorama de la humana depravación; y una vez allí, les deslumbra tanto el espanto, que ya no aciertan el camino tronco abajo. Y se hacen adictos al paisaje. Espero que no tengamos nunca que elegir. Para ello debemos confiar en la ley y el orden: esto es, en la regulación. Reprímanse los excesos en la industria del true crime. No revictimicemos a víctimas y familiares. Búsquense los consensos y equilibrios necesarios.

Ahora bien. Les confesaré que entre la distopía de lo excesivo y la de la anestesia, me quedo con la primera. Habrá en ella emoción y desorden. Seguro. Pero la segunda se parece mucho a la muerte. Y eso sí que es un crimen.