Yo, al contrario que el resto de la gente, cuento los años por ferias del libro de Madrid. El pasado viernes se inauguró la octogésimo tercera, que parece mucho, pero ya se sabe que los ochenta son los nuevos cincuenta. Y así debe ser porque en el Retiro, donde la feria se celebra, se respira una alegría juvenil y contagiosa. Aquí los editores ya hemos sacado toda nuestra casquería y mostramos al público las piezas de solomillo literario. Este es un mercado persa de la frivolidad de las youtuberas, que hacen unas fotos de bodegones con libros de portadas decorativas junto a una taza de té o unas nueces. Están también los autores que vienen a firmar, y que a mí me recuerdan a los monigotes del pim, pam, pum de las ferias de antes, las de atracciones y nubes de azúcar, con la música a todo meter. En el Retiro hace unos años que quitaron la megafonía, a mí me gustaba pero parece que a los pájaros del parque no.
Los pájaros del Retiro son cultos y un poco pedantes, pero yo creo que presumen sin mucha causa. Hay quien dice que las tórtolas han leído a Pérez Galdós, cuando todo el mundo sabe que quien les gusta es Arturo Pérez Reverte. Los jardineros del Retiro tienen santa paciencia con los pájaros atolondrados y cantarines que recitan versos de Bécquer o Rubén. En fin, el sol aquí calienta, y no como en casa, que parece la foto lejana y fría de una tortilla de Betanzos. Y bueno, desde hace mucho ya no hay lugar para las protestas de Rosalía. Ahora, en Madrid, tratan bien a los gallegos.