Óscar Puente, ya lo sabrán ustedes, es un cachondo. El secuaz del puto amo está dispuesto a devolvernos la autopista si ponemos seis mil millones. Es como darle diez euros y pedirle que te traiga una pizza. Yo no sé si el puto amo cuando le encarga cosas le dará el dinero por adelantado —advirtiéndole que se fije bien en las vueltas—, pero parece que sí. A mí, por su chulería y por otras cosas que pienso, me gustaría meterme con Óscar Puente —que es, además, lo que creo que deben hacer los plumillas con los que mandan—, pero no me atrevo, porque en su gabinete ha creado el puesto de chivato de clase, como aquellos de los colegios de antes que apuntaban al que hablase cuando el profesor salía del aula. En vez del «Pérez, salga usted a la pizarra y escriba…» de Machado, lo de Puente sería «Martínez, apunte los insultos y a los díscolos, que se van a enterar». Parece que tiene ya unas cajas de cartón con recortes de periódicos como los que publicaba Luis Carandell en Celtiberia Show, cuando el joven Puente aún no había nacido.
Yo ya sé que la autopista del Atlántico, con sus más de doscientos kilómetros, es el más largo monumento a la frivolidad de los políticos, que fueron alargando la concesión para gastarse el dinero es sus cortas miras. Ahora su política del carpe diem la siguen pagando sus nietos y los nuestros. Pero eso te lo soluciona Óscar Puente si le llevas la pasta que se debe. Vamos, que te hace el recado. Por cierto, yo también sé hacer recados. Con permiso del puto amo.