Supongo que la magia incuestionable del fútbol para millones de personas está también en las contradicciones. Y que cuanto más se parece un equipo como este de Yamal y Williams al país cuya bandera representan más posibilidades tiene de trascender. Y si las contradicciones del equipo son las del país, esa conexión está asegurada. El día que las autonomías discutían con cuántos menores inmigrantes se quedaban, Yamal y Willians la liaban en Alemania. Los dos son hijos de africanos y los padres de Williams llegaron a España tras saltar la valla de Melilla. La madre lo hizo preñada del Williams mayor, otro crac llamado Iñaki que es tan vasco como su hermano y tan africano como para jugar en la selección de Ghana.
Esto nos ha gustado mucho de este equipo, nos parece que muestra la mejor versión de lo que somos, las posibilidades milagrosas de la integración, nos proyecta como un país mejor, más diverso y más joven. También nos ha gustado mucho su forma de ganar, su descaro y ese imponerse sin que estuviese previsto. Lo contradictorio es que Yamal y Nico comparten vestuario con Carvajal, simpatizante de la santa trinidad de la derecha extrema, Vox, Vito Quiles y Alvise, y para quienes gente como Lamine y Nico nunca tendrían que haber llegado a España y mucho menos quedarse. Está también ese «Gibraltar es español» al que el lunes apelaron Morata y Rodri, que algún día tendrá que volver al Manchester de Guardiola, y que conecta a los jugadores con una tradición ideológica.
Está incluso, la banda sonora de este grupo, desde Raphael a Manolo Escobar, y el perfil de su entrenador, católico ferviente y taurino confeso. Todos esos acentos tan diferentes se disuelven cuando juegan y ganan. Pero pueden chirriar cuando se suben a un escenario.