Financiación autonómica: ¿es lo singular la solución?
OPINIÓN
Todo depende del primer botón, nos recordaba hace más de 400 años Giordano Bruno, y abrocharlo en el ojal equivocado significa seguir cometiendo error tras error. Hablar de la financiación de las comunidades que gestionan pilares del Estado de bienestar como la educación, la sanidad y los servicios sociales —con un evidente protagonismo local en este último, en la práctica, que no en la financiación— nos lleva a reconocer que empezamos con el botón equivocado, al excluirse del sistema de solidaridad interterritorial a País Vasco y Navarra. Al construirse un sistema, hace más de cuarenta años, en el que dos comunidades no forman parte del «abovedado» común, parafraseando a Séneca, que debiendo desplomarse si unas piedras no sostuvieran a otras, se aguantan por este apoyo mutuo.
¿Es eficiente este apoyo mutuo? Todos los indicadores parecen constatar la eficiencia para las dos partes de la relación, con un cierto desequilibrio que nos lleva más allá de las intuiciones. Lo acaba de constatar el ex primer ministro italiano Enrico Letta en su informe para la Comisión Europea sobre el mercado único y su envés de la política de cohesión —Mucho más que un mercado. Velocidad, seguridad y solidaridad—, al que añade como subtítulo: Reforzando el mercado único para garantizar un futuro sostenible y prosperidad para toda la ciudadanía europea. Esto no va de territorios ni de países, va de ciudadanía. Señala Letta que 1 de cada 3 europeos —135 millones— vive en lugares que en las dos últimas décadas se han ido quedando atrás poco a poco, y para esto resulta fundamental no solo defender la libertad de movimientos, sino la «libertad de quedarse» a través de un plan para garantizar servicios públicos de calidad y una genuina dimensión social del mercado único que posibilite justicia social y cohesión.
Al debate de la financiación resulta imprescindible acudir con la idea de pensar muy lento sobre los objetivos del sistema y la dirección del cambio propuesto, para actuar muy rápido en relación con las tasas de crecimiento. Máxime en un contexto de transición del Consenso de Washington a la Declaración de Berlín, en la que economistas como Piketty, Mazzucato o Milanovic, resaltan la importancia de centrar las políticas en la creación de prosperidad compartida y el abordaje proactivo de las disrupciones regionales a través del apoyo a nuevas industrias y una innovación centrada en la creación de riqueza para la mayoría.
Respondiendo a la pregunta, lo singular, la adaptación al contexto, siempre es la solución, pero respetando todas las singularidades e integrándolas. Con Montesquieu siempre en mente: «Si conociera alguna cosa que me fuese útil y que resultara perjudicial para mi familia, la expulsaría de mi mente». Expulsemos de nuestras mentes los marcos de competencia fiscal interna, la no atención prioritaria al sobreenvejecimiento, al reto demográfico y democrático de la despoblación o el olvido de la importancia de la eficiencia en el gasto público.