Las gestas deportivas, como las de España en la Eurocopa o la de Argentina en la Copa América, a veces tienen un reverso oscuro, la digestión de la victoria por parte de los campeones. Tenemos dos ejemplos muy claros esta semana: el primero, el desplante de Carvajal al presidente del Gobierno de España. Con su gesto, grabado por las cámaras, el lateral del Real Madrid ha emborronado una excelente temporada y ha demostrado su incapacidad para ser capitán de la selección. En público no puede anteponer sus simpatías políticas a la necesidad de representar, de comportarse con respeto y decoro.
El segundo caso va camino de causar una crisis diplomática entre Argentina y Francia. La albiceleste se vino arriba tras vencer a Colombia. Y se puso a entonar cánticos racistas contra la selección francesa. En Instagram se vio y se escuchó un «corran la bola, juegan en Francia pero son todos de Angola». También referencias despectivas al origen camerunés de Mbappé y referencias homófobas. Las escenas se hicieron virales y han provocado un escándalo aplaudido por la ultraderecha. El Gobierno de Javier Milei, nada dado a templar gaitas, ha reaccionado con la sobredosis habitual de nacionalismo.
Los privilegiados casi siempre confunden el patriotismo: se olvidan de los valores y se envuelven en las banderas.