Las mujeres que son solo un negocio

María Guntín
María Guntín AL HILO

OPINIÓN

Manifestación en Madrid para exigir la abolición de la prostitución
Manifestación en Madrid para exigir la abolición de la prostitución JUAN MEDINA

19 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La primera vez que estuve con mujeres prostituidas —por aquel entonces para mí eran prostitutas— yo tenía 22 años y me acababa de graduar. Descubrí en los tiempos de facultad que mi vocación me encomendaría a estar siempre del lado de mujeres vulnerables. No sabía que lo que entonces eran lecturas nocturnas y debates en los bares con mi amiga Clara después se convertirían en una especie de obsesión. Cuando regresé a Lugo para firmar mi primer contrato de trabajo arrancó el insomnio. Leía hasta la madrugada estudios, reportajes y análisis sobre las mujeres en prostitución. Fantaseaba con la idea de escucharlas durante horas para entender de primera mano cómo funcionaba el gran «negocio» de todos los tiempos.

Tardé pocos días en acercarme al barrio chino de la ciudad para contar todo lo que allí ocurría. Una cría que les cayó en gracia a unas mujeres mayores demacradas por el tiempo y la vida. Me sentaron en una cama y sirvieron café. También fue la primera vez que los vi a ellos. Entraban y salían evitando el cruce de miradas. Me impactó su aspecto. Eran hombres normales. De los que podían estar leyendo el periódico en cualquier cafetería o sentarse a mi lado en una salita del HULA. Después del barrio chino llegaron los encuentros con mujeres que consiguieron, casi siempre gracias a asociaciones, huir y afrontar una vida nueva. Me acuerdo de todas y cada una de ellas.

Pasados algunos años, un recorrido por una retahíla de clubes de Lugo y Coruña me dejó sin aliento y sin sueño. Por el medio entré en uno de los pisos con más movimiento de Galicia. Una mujer embarazada y otra con aspecto de niña cobraban el doble. Apenas pude hablar con ellas porque cuando se exhibían en la salita del primer piso un hombre tras otro las agarraba del brazo para entrar en la habitación. Ellos miraban fijamente esa barriga que sobresalía por debajo del sujetador y no dudaban en sacar la cartera. Para el mejor postor. Como en las subastas de ganado. El mundo me pareció entonces un lugar horrible para maternar y vivir. Sentí su dolor y también lo lloré. Al salir del bloque de pisos el matón de la puerta le decía a otro hombre que eran «solo putas». Una mezcla entre miedo y asco recorriendo la espina dorsal. Sigo soñando con él. Ahora, que entiendo un ápice de cómo funciona un sistema que explota sin reproches ni morales a millones de mujeres en el mundo, mi pregunta es siempre la misma: ¿Eres putero?