La nieve tiene un prestigio mediático que la niebla no ha conseguido. Cuando, hace décadas, el hombre del tiempo salía en la pantalla revestido de una austera autoridad, los accesos al túnel de Viella (Lérida) o el puerto de Piqueras (Soria) aparecían como lugares casi misteriosos, famosos porque con el rigor del invierno se cerraban al tráfico. ¿Qué me dicen, en cambio, de O Fiouco? ¿Alguien puede pensar que ha ganado una fama directamente proporcional a los trastornos que causa a quienes conducen por la A-8?
No perdamos la esperanza. O Fiouco era apenas un lugar conocido por un cristo que casi marca el límite entre Mondoñedo y A Pastoriza, hoy ya aparece en los medios de comunicación como referencia de la niebla y algún día, por qué no, la información meteorológica dará datos de la abundancia de brumas como ahora los ofrece sobre la radiación solar. Algunos tienen todo el derecho a invocar intenciones ministeriales y a suponer que las medidas para aumentar la visibilidad ahorrarán sustos y desvíos por la maltrecha N-634; pero conviene advertirles que en el sur de Inglaterra, mar por medio, hay planes que parecen incompatibles con la rapidez: recordemos, que el puente de los Santos se inauguró en 1987 pero que ya unos cien años antes —como bien sabe el cronista oficial de Ribadeo, Eduardo Gutiérrez— la prensa se escandalizaba porque veía conspiraciones que frenaban la obra y pedía a las autoridades que alzasen la voz.
En O Fiouco, a la espera de que el paso de las palabras a los hechos no se frene por brumas aparecidas en despachos de Madrid, se puede también pensar en voces cercanas. Quienes diseñaron el trazado seguramente no se dieron cuenta de que la autovía iba a pasar muy cerca de la tierra de Miranda, elevada a mito por Álvaro Cunqueiro; y a Miranda llegó el sabio Merlín, que no necesitaba asfalto ni GPS para moverse por los caminos.
Los lectores cunqueirianos siempre podemos confiar en el paraguas denominado «Sal el sol», que si se abre en la mañana del 15 de agosto consigue que se disipen las nubes, y hasta cabe suponer que este año, una vez más, recordaremos esas páginas con gratitud; pero tampoco debemos esperar de la literatura lo que sencillamente nos corresponde como ciudadanos.