La vida discurre en ocasiones por carreteras secundarias. La autopista queda a trasmano y eso te permite viajar entre un paisaje de nogales y castiñeiros a punto de decretar la llegada del otoño.
Y cruzas pueblos y aldeas de una Galicia poblada por barrios y amables periferias de eufónicos nombres salpicando la geografía. Nombres frutales, olvidados en el mapa de los recuerdos, que se repiten en el archivo de ecos de la memoria.
Y la noche se descuelga del decorado donde se guarda la oscuridad y se asoma una luna llena vigilante, el gendarme del cielo, y el verano se va, se escapa de los días de las tardes infinitas, y medimos desde la nostalgia lo que queda del día.
Y no vuelvo, a pesar del título de esta columna, a la novela de Kazuo Ishiguro ni a la película de James Ivory, y lo que resta de la tarde se va llenando de ausencias, como en los días tristes de noviembre, que opacan la luz que juega en las mañanas.
Y un adiós muchachos, como un Au revoir les enfants de Louis Malle escrito en un tango cantado por Gardel, «me toca a mi emprender la retirada», adiós muchachos, «compañeros de mi vida, barra querida de aquellos tiempos…».
Y el camino se llena de curvas que te llevan a ninguna parte, porque la senda la construyó la melancolía que ocultan los recuerdos.
Y te cuentan historias inacabadas a las que tú tienes que poner un final a tu antojo, y de repente se asoma en una esquina de la radio una noticia triste que te golpea el corazón y lo que queda del día se reconvierte en un manojo de palabras que son un homenaje, y sumas otra, una nueva e infeliz ausencia, al catálogo de amigos que se van, que se fueron, que ya no podrán compartir sus risas ni desplegar el mapamundi general de sus proyectos.
Nos queda la tristeza cuando te enteras de que Santiago Rey ha muerto, y no escribes un obituario porque sabes, como en el himno del dolor militar por el soldado caído, que la muerte no es el final; y escuchas la melodía reiterada del sonido de la rotativa como un coro de ángeles que se esconden tras la línea de azules del horizonte que se aleja en esta carretera secundaria que es la vida, que se escapa que se escurre, como una lágrima furtiva, una furtiva lágrima que festonea, que resbala por la mejilla, al final de este verano, en lo que queda del día.
Fuera llueve, cae la lluvia en esta parte del mundo.