
En esos seminarios informales propios de las conversaciones con colegas y amigos, Xosé A. Salgado y Severino P. Ibánhez lograron interesarme por las aguas subterráneas (agua almacenada bajo tierra), y específicamente aquellas que descargan directamente al mar.
El efecto de la descarga de las aguas subterráneas en los mares y rías va por detrás de la contaminación de esas aguas, con un retraso temporal que puede ser de décadas. Severino P. Ibánhez y Xosé Antón Salgado, con M. Nieto y C. Rocha, han publicado la primera investigación (https://doi.org/10.1007/s11356-023-27305-6) sobre este tema en una ría gallega. Estiman que el aporte en volumen de agua subterránea a la ría de Vigo equivale al 9 % en invierno y el 23 % en verano de la descarga total estimada de sus ríos.
En los últimos años, fenómenos como las olas de calor, la desestacionalización de los vientos del norte, de obvio impacto en el afloramiento y el hundimiento, así como en los tiempos de residencia del agua en nuestras rías, o las fuertes lluvias episódicas y las secas prolongadas, han ido conformando una forma de analizar que, si bien simplificada en demasía, nos da avisos sobre nuestros mares.
Un litoral con el 60 % de la población de Galicia, más de un millón y medio de habitantes, de los que a su vez más del 50 % vive en las Rías Baixas y otro 35 % en el Golfo Ártabro (la «ciudad de las rías» de Fernández Albalat), más los turistas y veraneantes, con un impacto múltiple. Derivado del deficiente sistema de depuración urbana e industrial, con vertidos libres a los ríos o a las propias rías, y en el que parte de la población mantiene fosas sépticas o pozos negros. A lo que sumar la contribución de actividades agroindustriales (en la D.O. Rías Baixas hay unas 4.000 Ha de viñedos) en las que, más allá de los fitosanitarios, el uso del nitrógeno y el fósforo de los abonos alcanza las aguas subterráneas y con el tiempo los estuarios subterráneos y sedimentos, junto con otros contaminantes. Todo ello sin olvidar las 3.330 bateas y sus interacciones con el ecosistema.
Por ello cabe pensar que, en los episodios de mortalidad o desprendimiento en bivalvos, frecuentes en las rías, además de una obvia escasez de alimento y un estrés fisiológico derivado de procesos de calor, acidificación o patógenos asociados, existe un efecto coadyuvante de la contaminación que las aguas subterráneas aportan desde hace años a nuestras rías y mares tanto en sus ecosistemas bentónicos como en la propia columna de agua. Una contribución de origen humano hasta ahora ignorada, si bien se ha iniciado al fin un incipiente e incompleto monitoreo, pero la reflexión sobre su incidencia en las rías no existe. Tampoco el diseño de estrategias que permitan evaluar el impacto de esas aguas subterráneas que entran al mar, cuyo estado de contaminación es casi desconocido y que establecen un vínculo completamente ignorado y aparentemente invisible entre las actividades humanas en tierra y el estado ambiental de nuestros mares.