Santiago Rey es de los lectores

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

MARCOS MIGUEZ

08 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Conocí el estruendo del fallecimiento del presidente y editor de La Voz de Galicia en el extranjero. Fue un terremoto, no una noticia. Así lo han sentido sus seres queridos y la gran familia de La Voz, tanto empleados como jubilados. Uno nunca deja La Voz. Comparto con todos ellos el pésame más doloroso. Santiago Rey Fernández-Latorre era la llave de ese sentimiento de pertenencia a la suma de dos ideas fabulosas: la de Galicia y el periodismo por encima de todas las cosas. Desde la Casa Real a las presidencias del Gobierno español y gallego, la oposición en Madrid y en Galicia, han ido definiendo al presidente y editor de La Voz como lo que es: una figura histórica. Agradecemos las palabras que han llegado y que llegarán porque la extrañeza que sentimos es muy fuerte. Ayer, toda su enorme presencia, su carácter único, un solo centímetro entre lo volcánico y lo más tierno; hoy, todo el vacío. No quiero añadir adjetivos a lo que tan bien se ha relatado por el director del periódico, autoridades, colaboradores y compañeros muy cercanos conocedores del hombre que ostentaba el cargo y de la persona. Solo contarles dos anécdotas, desde donde, como decía Eugenio D’Ors, mejor se retrata la categoría. La primera me llega de un extrabajador de La Voz. Y pinta ya la ambición del Santiago Rey de los años sesenta que arrancaba hacia una carrera espectacular en la prensa nacional. Dice así: «Hace muchos años, un Santiago Rey muy joven acudió a cenar a casa de un compañero del periódico. Mientras se ultimaba la cena, se arrodilló en el suelo a jugar con el hijo de su anfitrión que apuraba la hora de que lo metieran en cama entretenido con unos coches de juguete. El crío arrugaba la alfombra para que los coches botaran sobre la ondulación como una duna. Santiago Rey preparó la alfombra para que los coches saltarán más lejos. Nadie sabía en ese momento si iba a tomar las riendas del periódico. Pero cuando lo hizo, creo que ese fue siempre su objetivo: llegar más lejos». Vaya si puso en marcha la potencia de esa alfombra mágica y consiguió llevar su empresa hasta cumbres nunca pisadas. La otra anécdota me cuesta mucho elegirla. Hay muchas. Me gusta especialmente cómo alguien tan poderoso nos explicaba que el silencio es poder. Hay que saber administrar lo que se cuenta. Lo decía el editor que publicaba miles de palabras al día en la web y en el papel. Y lo explicaba con los dedos de una mano: «Un secreto deja de ser secreto si se cuenta a otra persona. A quién sea. Callar es una sabiduría». Y añadía: «Cuando un dedo de una mano le dice a otro lo que no puede saberse, en seguida lo sabe la mano entera. Cinco personas. Las fuentes hay que mimarlas o se secan. No todo lo que se conoce se difunde en seguida. Es vital contrastar y el don de la oportunidad. Esa es la soledad del que sabe que está al mando». De quien tiene el botón de la rotativa. Nos queda honrarle con el mejor periodismo posible: el que solo pertenece a los lectores, como él. Y recordarle siempre. Como recitaba su amigo Salorio: recordar, del latín recordis, volver a pasar por el corazón. Una y otra vez para no olvidarlo jamás.