Vieja friendo huevos

Cristina Sánchez Andrade ALGUIEN BAJO LOS PÁRPADOS

OPINIÓN

17 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La sartén de cobre, los huevos fritos, la cebolla roja, la guindilla, el niño y la vieja. Lo último que esperaba es encontrarme con todo aquello allí, en un museo de Edimburgo. Pero ella me ha llamado de un extremo al otro de la sala, chis, chis, ven aquí, guapa, y no me ha quedado más remedio que acudir. Me dice que me va a contar qué hace ahí, en 1618, en esa cocina o taberna, friendo huevos con una espátula: si quiero entender quién soy yo, debo saber quién es ella. Así que, con ojos de ciega, iluminada por una luz que arranca brillos en las cazuelas, comienza a recitar a qué se dedica cuando el museo cierra y nadie la ve: preparar el fuego y mantenerlo vivo, moler grano para el pan, sacar agua del pozo, sacrificar al cerdo, lavar la ropa, cocinar, cuidar de los nietos y del marido enfermo, plantar patatas y arrancar lechugas, ir a por más agua al pozo, tejer, hacer velas, ir al mercado en donde intercambia queso por carne y se encuentra con las otras comadres. Me explica que también participa en una cofradía y que a veces se queda ayudando con las labores religiosas hasta bastante tarde.

Creo que no pretende exagerar, o que su trabajo parezca algo distinto a lo que es: una necesidad diaria. Una repetición constante. Dice que cuando era joven soñó con prosperar, con ser otra, pero que ahora, a sus años, lo ve difícil. Pero no le importa: es sólida como un tronco, capaz de resistir al viento y de permanecer erguida en la tormenta. Otro día me contará cómo acabó ahí, frente a mí, en mí, en un museo extranjero.