Reservando
Aquellos que entendemos lo público como algo que hay que mimar y dar un uso razonable vivimos una pesadilla. Triste ver cómo la juventud se ha acostumbrado a la ley del mínimo esfuerzo que el poder le repite de manera incesante. Este fin de semana he ido a Vigo en BlaBlaCar ante la imposibilidad de hacerlo en tren o bus durante toda la semana. Tres usuarios del mismo coche contaban con amargura sus aventuras para viajar. Todos pretendíamos pagar pero no encontramos asiento, pues aquellos que no pagan lo tienen reservado. Un hombre de Venezuela, que trabaja en A Coruña y vive en Ourense, nos contó que iba hasta Vigo para allí coger un autobús para Ourense, ya que desde A Coruña le había resultado imposible.
La medida del abono gratuito que ha llevado a Renfe al desastre y a muchos ciudadanos a la injusticia no tendría por qué ser mala, aplicada con sentido común, si el Estado pagase el abono a quien justifique que lo necesite. Pero el caos sobreviene cuando se articula como un caramelito para que votemos al gobierno de turno. Es la mentalidad progre puesta al servicio del partido. Lo vivo cada día cuando me acerco a la estación de Bicicoruña e intento pillar una eléctrica. Cuando me acerco y veo que hay alguna, apuro el paso y lo intento, lo cual es inútil porque están «reservadas». Al rato aparece un muchachote con su móvil de última generación y abriendo su aplicación se la llevará calentita. Aunque llevo allí un buen rato, tengo que irme en el bus porque lo presencial no es chic y mis derechos no cuentan. Una sociedad ciega, sorda y frívola que transita así no podrá sobrevivir. Juan C. Mella. A Coruña.