Uno de mis recuerdos infantiles es la imagen de los señores con sombrero. Cenando hace poco con un amigo enjuto y espigado, me lo quedé mirando y me venían a la mente esas imágenes que hacían imaginármelo con sombrero.
Considerando que actualmente el uso del sombrero —tanto en hombres como en mujeres— ha decaído hasta ser una excepción que solo lucen gentes de cierta edad, me preguntaba ¿por qué se dejó de usar este elemento?
El sombrero se ha usado en todas las culturas clásicas, egipcios, griegos y romanos lo utilizaron en sus diferentes variantes. No es de extrañar ya que la palabra sombrero, viene de «umbra» (sombra), indicando el uso principal de esta prenda que nació para protegerse del sol, del agua y del frío (también de los golpes).
Sin embargo, la industria sombrerera entró en crisis a principios del siglo XX, fecha en la que el sombrero dejó de ser tendencia de moda que algunos achacan a que Eduardo VII, duque de Windsor e icono de moda de entonces, dejó de usarlo; al creciente uso del automóvil por las clases pudientes y a las crisis provocadas por las dos guerras mundiales y la guerra civil española.
El sombrero denotaba estatus, desde nobleza a villanía. Es en la modernidad cuando pierde su funcionalidad de origen y comienza a utilizarse como complemento de moda.
El sombrero masculino se usó para cortejar a las damas y mostrar respeto ante la presencia de personas importantes. Las maniobras seductoras del sombrero fueron igualables a las del abanico en las mujeres.
Como suele ocurrir con las cosas imperecederas, el sombrero amortece y revive en función de las modas al uso, pero siempre hay un grupo minoritario de rebeldes con causa que portan su llama. Me refiero a los sombreros de toda la vida, como el que llevaba Humphrey Bogart en el Halcón Maltés (no hay detectives sin sombrero).
Hay quien dice que este elemento revive en función de los cortes de pelo de moda, pero lo que lo hace eterno, es la bondad de cubrir la cabeza. Hoy o está en desuso, pero se mantiene vivo en formas paganas como las gorras de béisbol que luce Trump o las capuchas con las que se embozan los jóvenes.
No me digan que Trump o Puigdemont no estarían más respetables con un sombrero que les tapara el tupé, o que Pedro Sánchez no estaría impresionante con un Fedora en sus correrías por el mundo adelante.
Sombreristas empedernidos fueron Camilo José Cela, Picasso (se enterró con uno), Pérez Reverte (de ala triste), Antonio Escohotado, Frank Sinatra, Michael Jackson, Bob Dylan, Carlos Santana, Brian Johnson y tantos otros.
A mi amigo no lo convencí.
¡Chapeau!