Adiós a Nasrala. ¿También a Hezbolá?

Yashmina Shawki
YASHMINA SHAWKI CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

No disponible | EFE

30 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde el punto de vista estratégico-militar la última campaña israelí contra Hezbolá, además de sorpresiva y novedosa, está resultando altamente efectiva. Tras descabezar a esta organización terrorista y sembrar el desconcierto con la detonación de múltiples dispositivos, la muerte de su líder histórico, Hasán al Nasrala, ha resultado un golpe de gracia.

Este siniestro personaje fue uno de los miembros fundadores de Hezbolá en 1982 y accedió a su liderazgo tras el asesinato de su mentor Abbas Musawi en 1992. Bajo su dirección esta organización terrorista pasó de ser un grupo caótico a una institución muy bien estructurada infiltrada en todos los sectores del Líbano. Se calcula que ha llegado a formar una milicia paramilitar con más de 100.000 efectivos y, aunque no hay datos fiables, se estima que en su arsenal hay, al menos, unos 150.000 misiles. Pero, además de su poder militar, su influencia era de tal calibre que, pese a que su brazo político solo obtuvo 13 escaños en las elecciones parlamentarias del 2009 y 2018, gracias a la denominada Alianza del 8 de marzo con el partido cristiano el Movimiento Patriótico Libre, ejerció un dominio absoluto sobre el Gobierno. En un país que no alcanza a los 6 millones de habitantes, los chiíes que no llegan al 30 % de la población tienen prácticamente secuestrado al Estado, donde la corrupción lo ha colocado al límite de su supervivencia. Respaldado por Irán, Hezbolá se erigió en defensor de la causa chií tanto en Líbano como en Siria. Su vocación expansionista propició que, aunque la población gazatí sea mayoritariamente suní, ejerciera de valedor de la causa palestina, bombardeando el norte de Israel. Ha sido precisamente esta campaña la que ha obligado a los israelíes de esta área a desplazarse hacia el sur, lo que ha facilitado la excusa, que, en realidad, no le hacía falta a Netanyahu, para lanzar este ataque en el Líbano.

Mientras aguardamos al siguiente movimiento israelí, probablemente, con tropas sobre el terreno, la comunidad internacional no se atreve a intervenir temerosa de que Irán decida actuar. Sin embargo, no parece muy plausible que Teherán se arriesgue a extender un conflicto que no solo desestabilizaría a una región ya volátil sino que le haría perder el control que, de facto, ejerce en Siria y en Irak.

Por lo que respecta al resto de los países musulmanes, fundamentalmente, los vecinos árabes y Turquía, aunque están profundamente en desacuerdo con la suerte de los palestinos, dado que son suníes y, por lo tanto, no sienten ninguna simpatía hacia Irán y sus aliados, así como ante los recurrentes fracasos en sus actuaciones contra Israel, no es de prever ninguna reacción más allá de las habituales condenas. No sería esta una mala oportunidad para que Líbano lograra liberarse de los remanentes de Hezbolá e iniciara un nuevo camino hacia la democracia y la paz.