La conversión de los pueblos cercanos a la frontera con el norte de Israel en bases militares, y los ataques perpetrados de manera continuada por el grupo Hezbolá en el sur del Líbano, han tenido sus consecuencias más directas con uno de los golpes de mayor relevancia para esta organización desde su nacimiento a comienzos de los años 80. Así, estos últimos días hemos visto el resurgir de un conflicto que, al menos a ojos de la opinión pública, parecía estar durmiente. Nada más allá de la realidad, puesto que ninguna de las partes ha respetado, escrupulosamente, la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas firmada en el año 2006, que entre otras consideraciones obligaba al desarme de este grupo chií que, precisamente, hizo lo contrario buscando el conflicto con Tel Aviv.
Sin embargo, Hezbolá no es solo Hezbolá. Se ha convertido, desde hace tiempo, en la vanguardia de Irán en sus operaciones regionales contra Israel, puesto que, para el país persa, las cuestiones geopolíticas priman sobre las religiosas, lo que también lo ha llevado a apoyar el ataque de Hamás del pasado 7 de octubre con una única finalidad: ser un actor geopolítico de relieve mundial. Por eso, los últimos ataques de Israel, y en particular la muerte de Hasán Nasralá, han supuesto un punto de inflexión para el eje de la resistencia, en tanto la pérdida de su líder ha provocado que la cúpula esté totalmente descabezada. Ello, sin duda, puede ser una oportunidad para la firma de un acuerdo de paz o, por el contrario, la rotura del statu quo puede dificultar, aún más, la estabilidad de la región.
Lo que es claro, en primer lugar, es que los últimos ataques no pueden analizarse de forma aislada, sino como parte de un conflicto que, situado sobre el mapa, presagia que en los siguientes días veremos una ampliación del mismo y un aumento significativo de las ofensivas, por tierra y aire, como anticipa el ataque de Israel a tres estaciones de radares antiaéreos en Siria. En segundo lugar, la improbabilidad de que las diferentes facciones libanesas logren unirse para luchar contra Israel, ya que Hezbolá ha venido actuando de forma unilateral, incluso en contra del Gobierno libanés, que nunca ha apoyado abiertamente, por ejemplo, los ataques de Hamás. Y, en tercer lugar, otro vector prospectivo relevante es lo que pueda aguantar sobre el terreno el Estado de Israel desde el punto de vista de sus capacidades militares, pues no olvidemos que es un país pequeño que, aunque goza de una robustez tecnológica inconmensurable, sobrevive en el conflicto gracias al sustancial apoyo de Estados Unidos (que no sabemos hasta dónde llegará tras las próximas elecciones presidenciales).
En todo caso, la escalada del conflicto es tal que podemos encontrarnos con nuevos ataques y avances en el terreno que superen cualquiera de nuestras prospectivas, e incluso puede estar próxima una evacuación de los ciudadanos extranjeros como hace cuatro años vimos en Afganistán. Lo que parece seguro es que, como hemos reconocido en otras ocasiones, transitamos malos tiempos para la paz en Oriente Medio en beneficio de los intereses iraníes y en detrimento de la población civil; por lo que parece descartable que Hezbolá se haga el harakiri retirándose del sur del Líbano, aunque ello sería, sin lugar a dudas, un gran paso para que llegue la seguridad al norte de Israel y, por ende, al resto de la región.